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¿OEA o CELAC?

Análisis, 26 de septiembre de 2021

La VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada el 18 de septiembre en la capital de México, país que ostenta la presidencia pro témpore del organismo, dedicó buena parte de sus discusiones a la propuesta de reformar o sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA). Un grupo de especialistas del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha seguido estos debates y ha elaborado un análisis sobre esta cuestión de amplio calado estratégico y que puede definir el futuro político del continente americano.

Para algunos países de la región, la OEA ha sido cada vez más un instrumento de Estados Unidos para la injerencia interna en los países de América Latina y el Caribe, además de ser inoperante tanto política como jurídicamente y como instancia multilateral. Por eso abogan por "mecanismos no imperiales" de integración en la región. Pero no todos, aun admitiendo la necesidad de introducir cambios en dicho organismo, comparten esta visión.

En julio, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, llamó ante cancilleres y vicecancilleres de la CELAC a que la OEA se refundara o convirtiese en un organismo verdaderamente autónomo. A su vez, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, reafirmó el plan de su país de decir "adiós" a la OEA y sustituirla por un organismo que represente "otra relación entre América Latina y el Caribe y Estados Unidos".

La OEA, con sede en la capital estadounidense, Washington, fue constituida en 1948 como un foro político para la toma de decisiones, el diálogo multilateral y la integración de América. Sin embargo, a ojos de sus críticos, no pasa de ser un organismo intergubernamental que ejecuta sin más la Agenda Hemisférica unilateral de Estados Unidos, dejando a un lado la agenda de los demás países de la región.

Creada en la época de la guerra fría, su referendo de golpes militares y de otro tipo constituye ciertamente una controvertida hoja de servicios. En los últimos años, la dirección del actual secretario general, Luis Almagro, ha sido objeto de cuestionamiento, en especial por el papel desempeñado en la crisis boliviana de 2019, que llevó a la renuncia del entonces presidente Evo Morales, quien alegó ser víctima de un "golpe de Estado". El comportamiento es calificado ahora de “extralimitación de facultades”.

Lo cierto, señalan los analistas del Instituto Coordenadas, es que hay en la OEA un fracaso a la hora de ejercer su papel como una organización multilateral por ser "inoperante" tanto política como jurídicamente, porque no logró imponerse como árbitro de los diferendos entre los países de la región ni restringir las acciones unilaterales de Estados Unidos. Ni en el conflicto del canal del Beagle entre Chile y Argentina (en 1984), ni tampoco cuando se firmó la paz entre Ecuador y Perú (en 1998), desempeñó papel relevante alguno. La OEA tampoco ha presentado proyectos concretos de cooperación durante la pandemia de COVID-19, a pesar de ocasionar daños económicos y sociales sin precedentes.

Ese polémico comportamiento redundó en una falta de confianza y en un mayor descrédito de la organización regional, reflejando en buena medida la desatención de EEUU hacia la región. Latinoamérica no ha sido una prioridad en la concepción de la política exterior de Washington. Por otra parte, el incremento de gobiernos izquierdistas hostiles a EEUU nutre el propósito de alentar un giro pronunciado hacia la autonomía estratégica regional.

El crítico balance, suscrito solo por algunos gobiernos de la región, facilitó la construcción de un organismo multilateral que permita a América Latina y el Caribe dirigirse hacia un proceso de integración, mucho más profundo. Ello reflejaría la voluntad de impulsar “un nuevo regionalismo" y consolidar las instancias de integración latinoamericanas y caribeñas mediante la habilitación de consensos y espacios de diálogo, incluso en medio de una absoluta diversidad ideológica. Esa CELAC, fundada en 2011 a instancias del fallecido ex-presidente venezolano Hugo Chávez y otros gobernantes de izquierda, cumple una década sin resolver tampoco las dudas sobre su viabilidad, muy condicionada por la correlación de fuerzas en la zona.

Dos bloques internos y dos referencias extraterritoriales

Con la pandemia aun en curso, esta cumbre contó con una participación elevada: 15 presidentes o jefes de Estadio, dos vicepresidentes, 12 cancilleres y otros altos funcionarios. La alta expectativa, tras 5 años sin reuniones a este nivel, estaba justificada. El llamamiento, unánimemente compartido, a reforzar la integración política y económica de la región siguió cruzándose con visiones contrapuestas en asuntos que marcan desde hace años la agenda regional, entre ellos, la complacencia o no con gobiernos como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela, recordada por países como Uruguay o Paraguay, quienes advirtieron que la CELAC no significa que esté “en desuso” la participación de la OEA. No obstante, primaron los intereses comunes en la definición de asuntos como la integración, el cambio climático o los efectos de la pandemia, devastadores para algunos países de la región.

López Obrador pidió abiertamente crear en la región “algo similar” a la UE y sustituir a la OEA. Le escuchaba atentamente el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, presente en el encuentro. ¿Se diferencia esto de otras ensoñaciones anteriores? El escepticismo está justificado. La UE es una referencia retórica habitual pero son bien conocidas las dificultades que caracterizan procesos similares a nivel subregional (el Mercosur, sin ir más lejos). Se requiere de un fuerte liderazgo y un compromiso sostenido sobre los que hoy se abrigan dudas.

Los analistas del Instituto Coordenadas señalan que otra referencia extraterritorial importante de esta cumbre fue China. El presidente Xi Jinping fue el único líder que tuvo la oportunidad de dirigirse a ella, aseverando la voluntad de su compromiso con la región, con la que mantiene un foro bilateral. China es el primer socio comercial de muchos de estos países, igualmente incorporados a su proyecto de la Franja y la Ruta, y contempla una política específica que acerca cada día más a ambos actores. Muchos ven en la CELAC un oportuno instrumento para mejor viabilizar su política en la región al margen de EEUU. Y también para responder al desafío que supone la presión de EEUU en su entorno inmediato, ahora reforzado con la creación de una nueva alianza militar anglosajona, AUKUS (con Reino Unido y Australia).

El debate, por tanto, está servido, no es del todo nuevo y los escepticismos persisten con igual intensidad que las expectativas. La incógnita es cuanto China está dispuesta a aplicarse en la formación de lo que llama una “comunidad de destino compartido” con América Latina y el Caribe. Sin ese apoyo, difícilmente la CELAC puede destronar a la OEA.

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