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Una nueva energía para el Proceso de Barcelona y la Unión Euromediterránea

Análisis, 31 de octubre de 2020

Fue en 1995 cuando Barcelona acogió la Conferencia Intergubernamental Euromediterránea, el pistoletazo de salida de un proceso cuyo objetivo consistía en promover mecanismos de diálogo y cooperación a través de la Asociación Euromediterránea. En aquel entonces, una Europa radiante que había logrado pasar página de la Guerra Fría, confirmaba su vocación expansiva no solo hacia el Este sino también promoviendo el progreso y la libertad en ese extranjero próximo que representa la otra orilla del Mediterráneo. España desempeñó entonces un papel dinámico y abierto al abanderar este proceso que muchos consideran aun una de las iniciativas de política exterior de la UE de mayor significación y alcance. Un grupo de analistas convocados por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha estudiado qué es lo que queda de esa iniciativa mediterránea y cómo puede actualizarse en un escenario que hoy es diametralmente distinto del que se vivía en 1995.

Transcurridos 25 años de aquel prometedor inicio, un primer balance nos anticipa importantes limitaciones. En términos generales, podría decirse que las grandes ambiciones plasmadas en Barcelona se han visto ensombrecidas por los condicionantes de una región fragmentada y frágil en la que las oportunidades fueron sucumbiendo ante el peso de las amenazas y conflictos que anticipaban una lógica inversora de las prioridades. La seguridad y la estabilidad se fueron anteponiendo al afán de bienestar y democracia.

Los analistas del Instituto Coordenadas señalan que los exiguos resultados alcanzados en el cuarto de siglo transcurrido no empañan, sin embargo, su necesidad; al contrario, frente a las dificultades para avanzar en cuestiones de la agenda (como las migraciones o la lucha antiterrorista pero también la rúbrica de acuerdos de libre comercio), se reclama una nueva energía para llegar a acuerdos y posturas comunes capaces de proyectar sinergias positivas entre la UE y sus socios en el sur y este del Mediterráneo.

Ni una ni otra orilla del Mare Nostrum pueden resignarse a constatar ni el aumento de la distancia entre ambas partes ni tampoco la contrariedad que supone el cambio de contexto o la multiplicación de los retos que dificultan el logro de aquellos objetivos programáticos básicos e irrenunciables (paz, prosperidad y solidaridad).

La Unión por el Mediterráneo, como conjunto de políticas, instrumentos y recursos para reducir la brecha que nos separa, requiere de una renovación profunda por parte de todos los actores implicados así como una actualización de las políticas existentes, ya en marcha en algunos aspectos, aseguran los analistas del Instituto

La UE de hoy representa una Europa sensiblemente mayor que la Europa de cuando se institucionalizó el Proceso de Barcelona, es una UE más compleja y heterogénea que debe conducirse en un marco geopolítico en el que asoman nuevos referentes, desde el repliegue de Estados Unidos a la irrupción de China o el regreso de Rusia o incluso de Turquía y algunos países del Golfo. Por otra parte, si entonces la estabilidad de la zona dependía prácticamente en exclusiva del conflicto palestino-israelí, en buena medida dotado de una hoja de ruta trazada en los Acuerdos de Oslo que permitía priorizar otros asuntos en la agenda euromediterránea, hoy, la realidad es bien distinta. De una parte, aquel proceso de paz encalló de forma estrepitosa, retrocediendo de forma plausible en la expectativa de una solución aceptable para las partes y contagiando esa frustración a otras dimensiones del Proceso; de otra, la eclosión de la Primavera Árabe o el estallido de las guerras en Libia o Siria junto con el empeoramiento de la situación socioeconómica en muchos países en un escenario de crisis ascendente, replicaba la visión de Bruselas en cuya expectativa pasó a primar el inventario de amenazas.

La sensación de cierto estancamiento en un contexto de alta vulnerabilidad se deriva de un cambio de visión que ha fragilizado las alianzas iniciales, muy afectadas por una narrativa que en los últimos años, en virtud del alza del fenómeno migratorio, ha impactado negativamente en muchos países miembros de la UE.

A pesar de todo, indica el análisis que hace el Instituto Coordenadas, es mucho lo que se puede hacer. El Proceso de Barcelona tiene más sentido que nunca. Ahora bien, es importante reconocer, primero, las limitaciones operativas existentes para resolver directamente ciertos conflictos. En efecto, la Unión por el Mediterráneo no dispone motu proprio de las herramientas para tal fin, aunque pueda contribuir a la mitigación de los negativos efectos derivados de la inestabilidad promoviendo iniciativas que ayuden a reparar los daños.

Segundo, en dicho empeño, reviste notable importancia el compromiso con la implementación de proyectos de perfil técnico, en áreas de cooperación con impacto en la vida de los ciudadanos que ayuden a mejorar su nivel de bienestar y permitan sostener un ambiente de cooperación como esfera de intersección que se sobreponga al conflicto.

Por último, la restauración de la confianza exigirá también una definición clara de las prioridades con propuestas concretas que sin exhibir un perfil político pueda insuflar vida en aquellas líneas de acción básicas del Proceso, especialmente aquellas relacionadas con la inclusividad o la cohesión. Es el caso, por ejemplo, del empleo o los jóvenes pero también del medio ambiente o la agenda digital, impidiendo el agravamiento de la marginalidad de la zona. La preeminencia técnica de estos contenidos no solo mantendrá vivo el Proceso en un contexto de cierta aversión sino que ayudará a expandir la confianza, indispensable para que las relaciones políticas no experimenten retrocesos.

Ni la UE ni los países del Mediterráneo pueden permitir que se trunquen las esperanzas despertadas hace 25 años. La consideración del Mediterráneo como un espacio socioeconómico y cultural sigue vigente y es posible definir una estrategia regional que permita anticipar y coordinar los factores clave de su desarrollo.

El espíritu de Barcelona, concluye el análisis, requiere un nuevo impulso integrador, una nueva energía que resitúe a la región entre las prioridades de las políticas comunitarias. En ese empeño, España tiene una especial responsabilidad para trazar una nueva visión de esta comunidad mediterránea, adaptada al nuevo contexto y renovada desde el bagaje que nos aporta la experiencia manteniendo el compromiso con los derechos humanos y la democracia, como también con la mejora de la calidad de vida y del bienestar, todos ellos factores de un progreso económico a compartir. Solo así podremos aspirar con fundamento a prescindir de esos muros que hoy simbolizan nuestra mirada securitaria pero también nuestra impotencia y frustración. 

SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA

Instituto de pensamiento e investigación de la interacción entre gobernanza y economía aplicada para avanzar en constructivo y en decisivo sobre el trinomio: bienestar social, progreso económico con justicia social y sostenibilidad ambiental; en pleno entorno evolutivo sin precendentes desde finales del Siglo XVIII y principios del XIX con la revolución industrial. Fiel a sus principios fundacionales de independencia, apartidismo y pluralidad, el Instituto lidera proactivamente la fusión entre la esencia y la innovación de la liberalización económica, como mejor modelo de afrontar los retos presentes y futuros de país, de Europa y del mundo.

NOTA DE INTERÉS: La información de este comunicado de prensa es un resumen de interés público proveniente de trabajos de análisis e investigación; de grupos y sesiones de trabajo de expertos y/o producción de artículos científicos del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada. Los documentos originales y completos son de uso interno y de titularidad exclusiva del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada.