OMC y aranceles

¿Sobrevivirá la OMC a los aranceles?

Análisis, 09 de mayo de 2025

La Organización Mundial del Comercio (OMC), con sede en Ginebra, descrita como la única organización internacional global que se ocupa de las reglas del comercio entre naciones, atraviesa un momento difícil, se diría incluso que “crítico”, como indicó un columnista del diario The New York Times al evaluar las consecuencias derivadas de la guerra arancelaria en curso.

Deborah Elms, directora de política comercial de la Fundación Hinrich, que se centra en el comercio, fue citada en el artículo diciendo: “Yo diría que la OMC está acabada, pero lo que importa ahora es cómo respondan los demás miembros”.

La volatilidad e incertidumbre actuales dificultan el pronóstico pero, sin duda, el atolladero al que se enfrenta la OMC, como ente regulador principal del comercio mundial, no es baladí. En cualquier caso, parece pronto para emitir una sentencia a la vista de las idas y venidas del presidente Donald Trump en este ámbito. Tras una ofensiva que asombró al mundo, anunció una marcha atrás en la mayoría de lo que llama “aranceles recíprocos” durante un período de 90 días, citando una oleada de negociaciones con buena parte de los gobiernos, para explicar su cambio de opinión. Pero de esa moratoria excluyó a China, cuyas importaciones en total ha gravado con un 145 %.

Quizás después de 90 días, los aranceles volverán a estar en juego, continuando con la desestabilización del comercio mundial, que ya ha sumido la economía mundial en la incertidumbre.

La medida deja un arancel universal del 10 % para todos los demás países, excepto Canadá y México, con quien tiene un acuerdo de libre comercio y que se enfrentan a aranceles separados. Pero deshace algunos de los aranceles anunciados a comienzos de abril: 20 % para la Unión Europea, 24 % para Japón o 46 % para Vietnam.

Beijing ha ido tomando nota de cada incremento de Washington. Finalmente, a las tarifas de Washington para sus productos respondió con la imposición de aranceles del 125 % para los productos estadounidenses, en lo que representa una guerra comercial abierta entre las dos grandes potencias mundiales.

“Esta práctica de Estados Unidos no se ajusta a las normas del comercio internacional, socava los derechos e intereses legítimos de China y es una típica práctica de intimidación unilateral”, djo el Ministerio de Finanzas de China en un comunicado.

China también ha presentado una demanda ante la OMC, alegando que la escalada de  aranceles estadounidenses contra sus productos “pone en peligro la estabilidad del orden económico y comercial mundial”.

Es claro que esta dinámica altera significativamente las reglas básicas del comercio global y pone en la picota el orden internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial.

Reminiscencias del pasado

Lamentablemente, la humanidad ya ha pasado por esto en el período anterior al inicio de la Primera y la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX, que causaron una cantidad inconmensurable de muertes y destrucción. En EEUU, el debate sobre los aranceles retrotrae incluso al siglo XIX cuando el problema, como ahora, era el proteccionismo, que se creía que enriquecía a la clase manufacturera.

Mientras que los “whigs (los republicanos de hoy)” querían aranceles altos, la idea del libre comercio como forma de alcanzar la prosperidad era el mantra de los demócratas, que favorecían a la clase trabajadora.

El presidente republicano Abraham Lincoln estaba a favor de los aranceles, pero en 1860 admitió que defender un arancel proteccionista no era prudente por razones políticas, ya que pocas personas lo apoyaban en ese momento.

La mayoría de los estadounidenses se habían dado cuenta de que los aranceles elevados protegían a la clase adinerada y simplemente aumentaban los impuestos para todos. Lincoln sabía que era poco probable que fuera elegido presidente si los aranceles eran la clave de su campaña. Pero a Trump no parece preocuparle la reelección a la que, en principio, no podría optar.

Indudablemente, no se pueden comparar la economía globalizada de hoy con la de 1840-1860 pero lo cierto es que una guerra comercial, en un contexto de tensiones geopolíticas y estratégicas al alza, es lo último que el mundo necesita.

La reacción de la OMC

Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la OMC, anunció que el organismo  está supervisando y analizando de cerca las medidas anunciadas por Estados Unidos, así como sus marchas y contramarchas posteriores.

La directora general de la OMC se declaró “profundamente preocupada” por este declive y por la posibilidad de que se convierta en una guerra arancelaria con un ciclo de medidas de represalia que provoquen más caídas en el comercio.

Un dato importante es que según las reglas de la OMC, la gran mayoría del comercio mundial sigue fluyendo bajo los términos de la cláusula de la nación más favorecida, lo que neutralizaría parte del arancelazo de Trump, si Estados Unidos siguiera esas reglas pactadas. No es probable.

El portugués António Guterres, secretario general de la ONU, ha sido rotundo sobre este desenlace:  “Las guerras comerciales son extremadamente negativas. Nadie gana con una guerra comercial. Todo el mundo tiende a perder”.

Lo que pueda acontecer a partir de ahora mucho va a depender de si los países optan cada uno por salvarse por su cuenta o permanecen unidos para salvaguardar el orden basado en reglas y en las instituciones que, mal que bien, han funcionado en las últimas décadas.

FMI y Banco Mundial

El FMI y el Banco Mundial también enfrentan una incertidumbre considerable. El respaldo futuro de Estados Unidos a estas organizaciones está en entredicho.

La especulación se ha intensificado desde que el "Proyecto 2025”, una especie de manifiesto del conservadurismo nacionalista para el segundo mandato de Trump, propusiera la retirada de Estados Unidos de ambas instituciones, calificándolas de "intermediarios costosos” que redirigen fondos estadounidenses al exterior. Hasta ahora, EE.UU. no ha designado directores ejecutivos para ninguna de las dos entidades, lo que se interpreta como una pausa deliberada en su compromiso.

Paradójicamente, ambas instituciones son extremadamente rentables para EE.UU. Washington tiene poder de veto efectivo sobre las decisiones clave.  Una salida de EE.UU. también podría obligar a trasladar las sedes del FMI y el Banco Mundial fuera de Washington, D.C., posiblemente a Japón, segundo mayor contribuyente. China —subrepresentada en los votos del FMI con solo un 6,1 por ciento — se opondría firmemente a ello.

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