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¿Habrá o no una nueva Guerra Fría?

Análisis, 18 de abril de 2024

La pugna ideológica, la exacerbación de los conflictos geopolíticos, las tensiones comerciales y económicas, el pulso tecnológico, etc., suman una serie de variables de gran calibre que afectan muy seriamente al trazado de la arquitectura mundial y a la jerarquía del orden internacional.

Estados Unidos aboga por la “deslocalización amistosa”, mientras que los aliados europeos afirman que quieren “reducir riesgos”. China sigue abogando por la “globalización” e insiste con realismo en la “autosuficiencia”.

En este contexto, la reedición de una nueva guerra es una hipótesis plausible, aunque la unanimidad está lejos de ser un hecho asumido por el conjunto de la comunidad internacional. No obstante, si cabe admitir el fin de la globalización y la fragmentación económica como realidades parciales que han venido para quedarse.

Las relaciones internacionales están cambiando. Las normas multilaterales rara vez se diseñaron para abordar este tipo de conflictos internacionales, ya que las ostensibles preocupaciones por la “seguridad nacional” reescriben las políticas económicas de las grandes potencias. De ahí que los conflictos geoeconómicos tengan pocas reglas y ningún árbitro reconocido.

Paradójicamente, con las perspectivas de crecimiento mundial más débiles en décadas y la pandemia aun sin superar del todo y las guerras ralentizando la convergencia de ingresos entre países ricos y pobres, no podemos permitirnos otra Guerra Fría.

El camino del medio que, a día de hoy, importa preservar especialmente apunta a la persistencia de la cooperación económica como alternativa a la confrontación y los desacuerdos.

Perspectiva histórica

Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Estados Unidos y la extinta Unión Soviética lideraron bloques rivales en un nuevo mundo bipolar. Tras las conferencias de Bandung (1955) y Belgrado (1961), los países del Movimiento de Países No Alineados rechazaron ambos bandos. Esta era duró cuatro décadas.

La relación comercio / producto interior bruto (PIB) mundial aumentó con la recuperación de la posguerra y, más tarde, con la liberalización del comercio. Con la primera Guerra Fría, las consideraciones geopolíticas determinaron los flujos comerciales y de inversión, al tiempo que se estrechaban las relaciones económicas entre los bloques.

Estos flujos aumentaron tras la Guerra Fría, alcanzando casi una cuarta parte del comercio mundial durante el periodo de hiperglobalización de las décadas de los años 90 y 2000.

Sin embargo, la globalización se ha estancado desde 2008. Posteriormente, en 2022 se impusieron unas 3000 medidas de restricción del comercio, ¡casi el triple de las impuestas en 2019!, según reconoce el FMI.

La rivalidad ideológica y económica entre las dos superpotencias impulsó la guerra fría. Ahora, China -no ya la Unión Soviética y su sucesora Rusia- es el rival de Estados Unidos pero las cosas también son diferentes en otros aspectos.

En 1950, los dos bloques representaban 85% de la producción mundial. Ahora, el Norte global, China y Rusia tienen el 70% de la producción mundial, pero solo un tercio de su población.

La interdependencia económica creció entre los países a medida que se integraban mucho más. La relación entre comercio internacional y producción es ahora del 60 %, frente al 24 % durante la primera Guerra Fría. Esto aumenta inevitablemente los costes de la “fragmentación” económica debida a la geopolítica.

Según el FMI, con la guerra de Ucrania, que estalló en febrero de 2022,  el comercio entre bloques cayó del anterior a la guerra, del 3%, al -1,9%. Incluso el crecimiento del comercio dentro de los bloques cayó al 1,7%, desde el 2,2% anterior a la guerra.

Del mismo modo, las propuestas de Inversión Extranjera Directa (IED) entre bloques disminuyeron más que dentro de los bloques, mientras que la IED hacia los países no alineados aumentó considerablemente.

China ya no es el mayor socio comercial de Estados Unidos, porque su cuota de importaciones de Estados Unidos ha caído del 22% en 2018 a l13% a principios de 2023.

Por su parte, las restricciones comerciales desde 2018 han recortado las importaciones chinas de productos sujetos a aranceles al tiempo que la IED estadounidense en China ha caído bruscamente.

Sin embargo, los vínculos indirectos están sustituyendo a los directos entre Estados Unidos y China. Los países que más han ganado en cuotas de importación de Estados Unidos también han ganado más en cuotas de exportación de China y en IED en el extranjero.

Según un estudio del FMI, los costes económicos de la fragmentación podrían ser significativos y afectar de forma desproporcionada a los países en desarrollo, con pérdidas en torno al 2,5% de la producción mundial.

Las pérdidas podrían alcanzar el 7% del PIB, dependiendo de la resistencia de la economía. Las pérdidas son especialmente importantes para las economías de renta baja y los mercados emergentes.

La fragmentación también inhibiría los esfuerzos para abordar otros retos globales que exigen cooperación internacional. Por ello sigue siendo indispensable el enfoque multilateral en áreas de interés común para salvaguardar los objetivos globales de evitar la devastación causada por el cambio climático, la inseguridad alimentaria y los desastres humanitarios relacionados con pandemias.

Evitar las hostilidades de todo tipo y evitar también que terceros países se sumen a la contienda huyendo de la alineación con uno u otro hipotético bloque es la mejor opción para albergar mejores perspectivas de la economía y el bienestar mundiales. Ese amplio grupo de terceros países estaría objetivamente interesado en desplegar su peso económico y diplomático para mantener el mundo integrado.

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