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Las mujeres de la conquista

Análisis, 28 de julio de 2021

El Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha creado el Grupo de Trabajo Historia de España a Debate focalizado en el estudio de los mitos y realidades de la conquista de América, que ha elaborado una serie de análisis sobre esta cuestión que hace públicos como elemento para ese debate más amplio en el que están participando instituciones de todo tipo y que pretende aclarar la realidad de nuestro pasado histórico. Este análisis se centra en la figura que desempeñaron las mujeres en todo el proceso de la conquista  

Aunque los conquistadores fueron principalmente hombres, hubo también mujeres que se involucraron de forma significativa en las empresas invasoras, haciendo suyas la cultura y las metas de la conquista. Esto significaba financiar las compañías o participar en las campañas militares que buscaban el sometimiento violento de las comunidades indígenas y la adquisición de metales preciosos. Todo con la idea de establecerse en América, forjar nuevas provincias católicas en el imperio español y solicitar a la Corona recompensas y privilegios oficiales a cambio de los servicios prestados durante la conquista. De los miles de españoles que entraron en México en los primeros años posteriores a la llegada de Hernán Cortés en 1519, diecinueve eran mujeres que bien merecen el nombre de conquistadoras y al menos cinco llegaron a intervenir en los combates.

Un trío femenino de conquistadoras en Sudamérica alcanzó justa fama que ha perdurado en los anales de la historia. Inés Suárez viajó al Nuevo Mundo, primero a Venezuela y luego a Perú, en busca de su esposo. Cuando descubrió que había fallecido en la batalla de Las Salinas, entre almagristas y pizarristas, quiso hacerse religiosa y se dedicó a cuidar a los soldados heridos y a lavar y componer sus ropas. Luego se unió a la compañía de Pedro de Valdivia constituida para la conquista de Chile, tarea en la que había fracasado Diego de Almagro. Para ello, Valdivia debió de solicitar la autorización del obispo Valverde, pretextando que quería llevarla en calidad de “sirvienta”, aunque estaba unido a ella por una relación amorosa de todos conocida. Cuando la expedición se aprestaba a emprender la marcha hacia Chile, llegó al Perú, procedente de España, el hidalgo Pero Sancho de Hoz con tres Reales Cédulas que lo autorizaban para navegar en dos barcos equipados por él mismo y conquistar las tierras que quedaban a ambos lados del Estrecho de Magallanes, así como todas las tierras próximas que no estuviesen dadas en gobernación.

Ante la nueva situación Pizarro decidió confiar la conquista de Chile a Valdivia y Pero Sancho de Hoz en común, lo que habría de ocasionar graves conflictos. En ausencia de Valdivia, fue Inés Suárez la que puso guardias a Pero Sancho de Hoz en Copiapó para impedir que éste y sus parciales se sublevaran contra su autoridad. Ella combatió contra los araucanos y ayudó a defender Santiago. En el asalto de los indígenas, la noche del 11 de septiembre de 1541, fue ella la que dio muerte, de su mano, a siete caciques prisioneros logrando así que los atacantes se retiraran. En 1544 y 1546, Inés Suárez fue recompensada por Valdivia con dos encomiendas que le otorgaban derechos sobre la fuerza de trabajo y los tributos de los indígenas. Contrajo matrimonio en 1548 con el conquistador Rodrigo de Quiroga y empleó parte de su considerable fortuna en fundaciones piadosas y en la erección de una ermita en el barrio de la Chimba, en el sector norte de Santiago, al otro lado del río Mapocho. Hoy en día todavía se la recuerda en Chile.

Isabel de Guevara participó junto con su marido en la expedición de conquista y colonización que bajó la corriente del Río de la Plata, nombre simbólico del río que fue el motivo fundamental de la expedición organizada por Pedro de Mendoza, que partió de Sanlúcar de Barrameda el 24 de agosto de 1535. Mendoza esperaba otro Perú, pero no encontró oro ni plata y, en pocos meses, habían muerto dos tercios de los mil quinientos españoles, la mayoría de hambre. Veintiún años después, el 2 de julio de 1556, Isabel de Guevara escribió a la princesa doña Juana, Gobernadora de los reinos de España, una carta en la que detallaba sus sacrificios y solicitaba una encomienda, como haría cualquier conquistador. Decía que cuando fracasó la expedición del Río de la Plata, las mujeres tuvieron que actuar tanto de mujeres como de hombres, transportando a los hombres enfermos sobre sus hombros “con tanto amor como si fueran sus propios hijos”, pero también “animándolos con palabras varoniles”. Decía que en su actuación las mujeres superaron a los hombres como conquistadores: “Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban las pobres mujeres, así en lavarles las ropas como en curarles…, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra…, dar el arma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados. Porque en este tiempo, como las mujeres nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres”.

En su autobiografía Catalina de Erauso narra sus años disfrazada de hombre en el Perú español, librando muchas batallas contra guerreros indígenas en los territorios de los actuales Chile y Bolivia. Siempre disfrazada de hombre, se representó a sí misma como el estereotipo de conquistador rayando la parodia. Allá donde iba, se veía envuelta en problemas, juegos de naipes y disputas que derivaban en duelos y peleas. A medida que aumentaba el recuento de víctimas, los comentarios de Erauso se convierten en un recurso de humor negro. Aunque no siempre está claro si otras mujeres descubrieron su disfraz, sus encuentros amorosos con estas -frívolos, carentes de compromiso y despectivos- tienden a confirmar la imagen de Erauso como un conquistador masculino. En sus memorias los guerreros indígenas son masacrados con crueles bravuconadas: “Habíanse entre tanto los indios vueltos al lugar, en número de más de diez mil. Volvimos a ellos con tal coraje e hicimos tal estrago, que corría por la plaza abajo un arroyo de sangre como un río, y fuimos siguiéndolos y matándolos hasta el río Dorado”.

En suma, las mujeres que participaron en las conquistas se comportaron siguiendo el modelo de conquistador masculino: audaz y temerario en la búsqueda de honor y riqueza.

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