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Los mitos de la conquista

Análisis, 25 de junio de 2021

El Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha creado el Grupo de Trabajo Historia de España a Debate focalizado en el estudio de los mitos y realidades de la conquista de América, que ha elaborado una serie de análisis sobre esta cuestión que hace públicos como elementos para ese debate más amplio en el que están participando instituciones de todo tipo y que pretende aclarar la realidad de nuestro pasado histórico.

El primer análisis se centra en los mitos de la conquista. El descubrimiento y conquista de América es el fenómeno más impactante de la historia moderna de Occidente. Pese a que el proceso conllevó guerras, progreso y destrucción fueron de la mano. Las conquistas forjan nuevas culturas. En este sentido, el imperio español es paradigmático. Proyectó nuevas ideas y conocimientos, transmitió comportamientos y formas de vida, promovió el comercio mundial, el mestizaje y la difusión del cristianismo.

Hoy, la comunidad iberoamericana agrupa a veinte naciones con una misma lengua hablada por 600 millones de personas. La inserción de América en el resto del mundo realizada por los españoles bien puede considerarse un precedente de la globalización. Exploraciones, descubrimientos y conquistas de vastos e ignotos territorios, lejanos y culturalmente diversos exigieron a la monarquía hispánica un esfuerzo humano, organizativo y científico sin precedentes, muy distante de los estereotipos de la leyenda negra.

El encuentro con el Nuevo Mundo fue pródigo en mitos. Su caracterización como un logro individual de unos cuantos hombres excepcionales (Cristobal Colón, Hernán Cortés y Pizarro) se acuñó ya en tiempos de la conquista. En el siglo ilustrado, el enciclopedista Diderot describió la conquista de América como obra de un “puñado de hombres”. En cierto modo, la celebridad de Colón, Cortés y Pizarro está justificada. El primero descubrió América para los europeos y los otros dos lideraron las expediciones que dominaron los imperios azteca e inca. Ahora bien, si Hernán Cortés levantara la cabeza, se asombraría de su propia leyenda, aunque las Cartas y relaciones que envió a Carlos V en probanza de sus extraordinarias hazañas tuvieron tanto éxito al ser publicadas que el emperador se vio obligado a prohibirlas. Obviamente, además de las proezas de estos personajes emblemáticos, la exploración y conquista del Nuevo Mundo requirió el concurso de muchos otros individuos que siguieron unas pautas de actuación estandarizadas y reguladas por las leyes de la Corona.

El mito de la excepcionalidad comprende cápsulas como la famosa quema de las naves que llevó a cabo Cortés en 1519, poco después del desembarco en la costa de México. En realidad, no lo hizo. Hundió los barcos en lugar de repararlos para evitar traiciones, pero reservó el que estaba en mejor estado por si era necesario. Sin embargo, desde que en 1546 Cervantes de Salazar aludió al episodio en la Crónica de la Nueva España la imagen se perpetuó. Ningún otro conquistador compitió con Cortés en destreza militar y talento político, mas no hay que olvidar que, pese a su audacia, siguió un modelo de conquista pautado por la Corona.

Para que la expedición tuviera validez legal, se exigía un “requerimiento” (licencia de conquista) y el título de “adelantado” (conquistador autorizado). La fundación de ciudades, aunque fueran imaginarias como la Veracruz erigida por Cortés que en 1519 solo existía de nombre, permitía a los conquistadores promulgar leyes o adoptar resoluciones municipales. La meta final de todos los conquistadores era ser nombrados gobernadores de los territorios anexionados. La rivalidad entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro por obtener del favor real el título de gobernador de Perú, motivó la ejecución de Almagro ordenada por Pizarro en 1537.

No es cierto, como ha propalado la leyenda negra, que los españoles aniquilaran a millones de indígenas. El colapso demográfico no se produjo por el impacto de las guerras de conquista, sino a raíz de la invasión microbiana de enfermedades europeas (viruela, tifus, tuberculosis, gripe, sarampión) que causaron estragos en el sistema inmunitario de los indígenas. Lo que está claro es que no hubo ninguna voluntad genocida de exterminación sistemática.

Después del descubrimiento de Colón, Isabel la Católica ordenó que los indígenas fueran considerados súbditos suyos y prohibió que fuesen esclavizados o maltratados. Las Leyes Nuevas de 1542 pretendían mejorar las condiciones de los indígenas, limitando los abusos de los encomenderos y protegiendo sus derechos. España fue el único imperio que llevó a cabo un profundo debate jurídico y teológico sobre la justicia de los métodos empleados para extender su dominio. Como resultado de este proceso autocrítico Felipe II promulgó en 1573 las Ordenanzas de descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias, más humanitarias, que moderaban la penetración violenta en favor de la pacífica y evangelizadora. En cualquier caso, los pueblos indígenas demostraron gran capacidad de resistencia cultural y, sobre todo las élites, hallaron nuevas oportunidades y mejoraron su calidad de vida.

Los conquistadores, ansiosos de recalcar el éxito de sus empresas, difundieron la idea de que la totalidad del continente fue dominada y evangelizada. Sin embargo, muchas comunidades de indígenas nunca lo fueron y mantuvieron su organización tradicional. Seguían obedeciendo a sus caciques y éstos a los españoles. La conquista no fue un paseo militar. Las armas de fuego eran escasas y de difícil uso por el clima. Los perros y caballos, aunque desconocidos en América, pronto dejaron de causar pánico y los indígenas supieron combatirlos o sacarles ventaja. Lo que favoreció la conquista fueron las epidemias y, sobre todo, las alianzas con las poblaciones indígenas, enemigas o sometidas por los mexicas e incas, sin cuya participación no hubiera sido posible.

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