Brexit: el cínico y peligroso gusto por los referendos

Análisis, 24 de marzo de 2016

El tiempo apremia. Tras el más que satisfactorio acuerdo para el Reino Unido (RU) obtenido por el primer ministro, Cameron, sobre sus demandas a la Unión Europea (UE), la cuenta atrás, que finalizará el 23 de junio de este año con la celebración del referéndum, ha empezado y en esa apuesta, como ya ocurriera en el referéndum de Escocia, el gobierno británico está dispuesto a poner en funcionamiento toda la artillería pesada que tiene a su disposición.

Tras las apocalípticas voces de alarma lanzadas por entidades financieras como BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, Goldman Sachs o HSBC, sobre las repercusiones de una salida del RU de la UE, y el grupo de selectos científicos opuestos al cisma, le ha tocado la vez al Banco de Inglaterra (BoE) y a su gobernador, Carney, que en su comparecencia ante la Comisión de Economía y Finanzas del Parlamento, recordaba que la pertenencia a la UE refuerza el dinamismo de la economía británica, aunque defendía la independencia del BoE.

Muchos son los analistas y politólogos, así como gobiernos de la UE que han puesto en duda la necesidad de un referéndum, práctica por la que el Reino Unido de Cameron está demostrando un especial gusto, a pesar de que ha conseguido ver cumplidas sus exigencias (freno de emergencia para las ayudas sociales, cláusula de salvaguarda para la City de Londres, no a un “superestado europeo” o cláusula de autodestrucción) y sin necesidad de tener que modificar el Tratado de la Unión, lo cual hubiera supuesto la ratificación de los 28 Estados miembros, y en algunos de ellos, en su caso, mediante un referéndum.

Aunque la convocatoria de un referendo de estas características comporta un cierto riesgo, la realidad es que pocos son los que apuestan por un éxito del Brexit, ya que “el sistema” está dispuesto a echar el resto en este tipo de apuestas y los antecedentes