Abengoa vs. Gonvarri, dos formas de hacer empresa

Análisis, 03 de diciembre de 2015

Abengoa, la multinacional andaluza, fundada por Javier Benjumea Puigcerver, Marqués de La Puebla de Cazalla, hace casi 75 años, ha dejado de ser coto de la aristocrática familia sevillana como consecuencia de una imposible situación financiera, propiciada por una gestión más que discutible. Hasta hace pocos días, la solución pasaba por la entrada en el capital del grupo empresarial Gestamp, cuyo origen hay que buscarlo en Gonvarri, empresa creada en 1958 por el burgalés Francisco Riberas Pampliega junto con tres socios y una aportación de 5.000 pesetas (30 euros), cuyo principal activo era un pequeño almacén de chapa.

Sin embargo, Gonvarri, que había anunciado una inyección de dinero fresco de 350 millones de euros en total (86% capitalización) parece haber optado por retirarse, al no haber alcanzado un acuerdo con los acreedores para el cierre de un paquete de financiación de entre 1.000 y 1.500 millones de euros. La deuda neta de Abengoa en la actualidad alcanza los 7.600 millones de euros, de los que 5.700 millones corresponden a deuda corporativa.

Con independencia de que la retirada de Gonvarri sea estratégica y no definitiva, ya que ha comunicado que, en caso de producirse un cambio en la negativa de la banca a aceptar sus condiciones, podría dar marcha atrás en esta decisión, la solución planteada para la multinacional andaluza suponía confrontar dos empresas, dos culturas y dos formas de entender el mundo empresarial.

Dos acrónimos convertidos en emblemas de multinacionales que se cruzaban tras una larga trayectoria empresarial. La primera, Abengoa, con sede en Sevilla, cuyo nombre responde a los apellidos de sus fundadores: Abaurre, Benjumea, Gallego, Ortueta, Abaurre. Por su parte, la marca Gonvarri responde al mismo modelo de formar una marca (Gonvarri) con las iniciales de sus fundadores: González del Castillo, Varela, Ruiz y Riberas. Es lo único que unía a los dos grupos.

El primero, es el reflejo un estrepitoso fracaso empresarial que le llevó a acumular una deuda de 13.445 millones de euros en 2014, lo que suponía cinco veces el beneficio bruto de explotación (ebitda). Y lo más grave, el no reconocimiento de esa realidad deudora y tratar de maquillar sus cuentas, lo que le valió a la empresa de la familia Benjumea el mayor varapalo recibido por una empresa del Ibex, lo que solo pudo ser reconducido tras un humillante y obligado examen de conciencia, acto de contrición o arrepentimiento de los pecados y firme propósito de enmienda. La broma le salió cara a la compañía andaluza que vio cómo, en dos días, se volatilizaba la mitad de su valor en Bolsa, lo que demostraba que al mercado le rebosaban las dudas sobre su situación financiera presente y futura tras el intento de colocar sus bonos verdes como deuda sin recurso y reducir, así, artificialmente, su endeudamiento global.

Fue la agencia de calificación Fitch la que denunció el intento de engaño