Trump: no es lo mismo predicar que dar trigo

Artículos, 16 de noviembre de 2016

Puede que sea sexista, xenófobo, populista o un loco dirigiendo un manicomio, incluso puede que si viera a la periodista Mariló Montero por Manhattan “la azotaría hasta que sangrase…” como le hubiera gustado hacer a Pablo Iglesias con el silencio cómplice de buena parte de las feministas españolas, pero lo cierto es que pese a las descalificaciones de la progresía “intelectual” europea, Donald Trump, con el reconocimiento público de Clinton y Obama, se ha convertido en presidente electo de Estados Unidos, tras superar a su contrincante, la ex Primera Dama, Hilary Clinton, en unos comicios electorales democráticos, repletos de garantías y transparencia y ha llevado la incertidumbre a los mercados mundiales, hasta el punto de que los futuros del Dow Jones indicaban inicialmente una caída de 833 puntos, superando los récord registrados tras el desplome de Lehman en 2008, y tras los atentados terroristas del 11S.

El magnate inmobiliario superaba los 270 votos del Colegio Electoral que necesitaba para hacerse con la Casa Blanca y convertirse en la primera persona, ajena a la corriente política mayoritaria de Washington, en presidir la todavía mayor economía del mundo.

Los republicanos conservarán también el control de las dos Cámaras del Congreso estadounidense, que le asegura a Trump una cierta comodidad de gobierno del que no gozó Obama en continuo proceso de bloqueo, firmando así una aplastante victoria que se ve fortalecida por el hecho de que los conservadores triunfan también en las elecciones estatales, controlando, al menos 32, de los 50 puestos de gobernador.

Los analistas internacionales resaltaban el hecho de que Trump había cosechado el voto masivo contra el establishment (Clinton y medios de comunicación) e incluso alguno no dudaba en afirmar que “se trata de la mayor decepción política de la historia de Estados Unidos”. Pese a quien le pese, los analistas resaltan que la elección de Trump ha sido el triunfo de un candidato que defiende políticas rompedoras, burlándose de la continuidad que pone de relieve el hartazgo de los electores con el statu quo vigente.

La victoria de Trump, una vez se siente en el despacho oval de la Casa Blanca y ejerza en plenitud todo el poder conseguido en las urnas, va a suponer sustanciales cambios, no exentos de riesgos e incluso de peligros, que pueden terminar poniendo patas arriba el delicado equilibro que la globalización había conseguido instrumentar.

Tan es así que el comercio global ha entrado en un estado de pánico generalizado, como consecuencia de las amenazas de Trump de romper importantes acuerdos comerciales, como el NAFTA, e imponer cuantiosos aranceles sobre los productos importados de China, entre otras medidas, lo que se ha traducido en fugas hacia refugios seguros o liquidación de posiciones.

Pero no se detienen ahí las amenazas y las incertidumbres de los que se hacen eco los mercados, ni tampoco la más que probable derogación, total o parcial, del Obamacare, que beneficiará a las aseguradoras y farmacéuticas y aumentará costes sanitarios, sino que lo que está en cuestión es, incluso, el papel de la Reserva Federal estadounidense, cuyo futuro pende de un hilo, y que permite aventurar que la subida de tipos de interés que se preveía para diciembre probablemente no llegue a producirse. Porque es un hecho que Trump ha cuestionado la independencia de la Fed durante su campaña, lo que puede llevar a su presidenta Janet Yellen a dimitir anticipadamente antes de que concluya su mandato en 2018.

Aunque los análisis que se puedan realizar sobre el futuro en este momento no dejan de ser superficiales, ya que los aspectos que quedan por clarificar todavía son importantes, ya se empiezan a observar matices relevantes entre los asesores económicos del próximo presidente de EEUU. Éste es el caso de Malpass, antiguo funcionario del Tesoro y el Departamento de Estado durante los mandatos de Reagan y George H.W. Bush, quien recientemente daba prioridad al debate sobre las medidas para relanzar el crecimiento económico frente a la discusión de las políticas de la Fed: “Creo –decía- que la gente debería dejar a un lado a la Fed y hablar más sobre otras políticas que cambiarán bastante rápido”. Unas políticas entre las que se incluirían los cambios regulatorios, los recortes de impuestos y la actualización del marco energético.

Pero como el mundo del dinero además de ser cobarde por naturaleza tiene claro donde están sus intereses, no ignora también que el nuevo presidente se ha comprometido por activa y por pasiva a aumentar considerablemente el gasto en infraestructuras en Estados Unidos, uno de los pocos aspectos en que coincidían ambos candidatos era en la necesidad de arreglar las maltrechas carreteras y puentes del país, algo que se va a abordar pese al sustancial incremento del gasto que va a suponer y que estaría sustentado en un esquema de colaboración público-privada, mediante el cual el Estado ofrecería a compañías privadas créditos fiscales para financiar estos proyectos.

De igual manera, del pormenorizado análisis de los compromisos de Trump durante la campaña electoral sobresale uno que gusta y mucho a las empresas: unas propuestas basadas en estímulos sustanciales a la economía que se traducirán en mayores déficits. Y ahí entra la drástica reducción del impuesto de sociedades, que podría suponer el regreso del capital estadounidense al país, a lo que se uniría otra gran promesa electoral: que ninguna empresa estadounidense debería tributar más del 15% de sus beneficios, lo que supone una importante reducción respecto del actual máximo del 35%.

A esta medida habría que añadir la reducción del impuesto sobre la renta –lo que supondrá liberalización de renta bruta disponible de los hogares- y la eliminación de impuestos sobre inmuebles y donaciones. Además está prevista la creación de un impuesto que grave únicamente un 10% los beneficios empresariales en el extranjero con el objetivo de repatriar capitales.
Aunque la victoria de Trump introduce factores de incertidumbre sobre la futura política internacional, comercial y nacional de EEUU y, con ello, las primas por riesgo podrían experimentar un cierto aumento (o al menos, mayor volatilidad), los analistas consideran que no es motivo suficiente como para rectificar el posicionamiento estratégico, que sigue apoyado en que la expansión de la economía mundial que será en 2017 algo superior a la de 2016 (3,4%).

Un factor que preocupa y mucho al mundo de la economía y que se convierte en factor de riesgo para la UE, reside en la contaminación que la victoria de Trump pueda tener en las importantes citas electorales a las que se enfrenta la Unión en el horizonte cercano, como es el caso del referéndum italiano y las elecciones en Holanda, Francia y Alemania en 2017.

Aunque Estados Unidos dispone de mecanismos específicos de control entre el poder ejecutivo y el legislativo, que pueden diluir algunas de las propuestas más arriesgadas de Trump, los analistas convienen en señalar que las medidas propuestas por el futuro presidente representan tal ruptura con respecto al pasado que podrían provocar redistribuciones sustanciales entre sectores económicos y efectos colaterales en el resto del mundo.

Es el caso del posicionamiento de Trump con respecto al cambio climático, un asunto en donde cabe esperar poca cooperación por parte del futuro gobierno de Trump y en el que el presidente tiene margen para no dotar con fondos los compromisos adquiridos en la Cumbre de Paris, dejándolos en la práctica, sin efecto. De igual manera, las energías renovables sufrirían con la reducción relevante de los recursos que actualmente se dedican a su promoción.

Una nueva etapa para la economía del mundo se abre con la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos, una etapa que tiene un final incierto, como difícil es el objetivo que se ha marcado de recuperar un nivel económico que desapareció en EEUU hace más de tres décadas como consecuencia de la globalización.

Como diría un analista de referencia, el impacto final sobre el crecimiento mundial y, por ende, la reacción de los mercados ante la futura política económica de Trump es hoy más incierta, pero no necesariamente negativa y en ello se basa la agencia de ratig S&P al mantener la calificación de EEUU en “AA+” y con perspectiva en “estable”, lo que apunta a la adecuada confianza en la solidez de las instituciones estadounidenses y que es el momento para esperar a que “baje la marea” antes de dar nuevos pasos o extrapolar conclusiones.

En definitiva, que una cosa son los mensajes de campaña y otra cuestión la realidad de ejercer el gobierno. En castellano, un refrán lo compendia: no es lo mismo predicar que dar trigo.

Fuente: Tendencias del Dinero