La caída del IPC indica que las políticas de austeridad han dado de sí todo lo que cabía esperar
Análisis, 22 de octubre de 2015
La caída del IPC en septiembre en un -0,3% respecto al mes anterior, debido al abaratamiento de la electricidad y los carburantes, confirmando el índice adelantado, supone reducir cinco décimas su tasa interanual, hasta el -0,9%, lo que significa encadenar dos meses consecutivos en negativo, tras regresar durante junio y julio a tasas positivas del 0,1% que, a su vez, pusieron fin a once meses de tasas negativas. En enero de este año, el IPC se situó en el -1,3%.
Por lo que respecta a la inflación subyacente, que no incluye los precios de los productos energéticos ni de los alimentos no elaborados, ésta aumentó una décima en septiembre, hasta el 0,8%, al tiempo que el Índice de Precios de Consumo Armonizado (IPCA) situó su tasa anual en el -1,1%, seis décimas menos que en agosto.
Lo preocupante del proceso es que la tasa interanual se coloque en el -0,9%, cuando se esperaba un -0,5, mientras que la tasa armonizada con la Unión Europea y Monetaria (UEM) desciende -1,2% frente al -0,7% esperado.
La caída precios en España -13 meses sobre 15- está lejos de poder considerarse como deflación, algo que se encarga de confirmarlo el crecimiento del PIB, el dinamismo del consumo privado, la inversión y el empleo, que indican claramente que ni consumidores ni empresas están retrasando sus decisiones en materia de consumo e inversión.
Sin embargo, un escenario deflacionista, aunque poco probable hoy por hoy, nunca hay que descartarlo y si la caída de precios se generalizara y alargara en el tiempo a la mayor parte de los bienes y servicios y aumentara en intensidad, entraríamos en un escenario peligroso y podría tener graves consecuencias para la economía.
Mientras esto no ocurra, la caída del IPC puede considerarse una buena noticia ya que se debe, fundamentalmente, a la bajada del precio de la energía, lo que comporta una ganancia de poder adquisitivo para los consumidores, a la vez que un aumento de la competitividad para las exportaciones.
Pese a todo, son pocos los analistas que se atreven a ser contundentes sobre el futuro, máxime cuando se tiene en cuenta las expectativas referidas a que se espera que el precio del barril se sitúe en el entorno de los 50 dólares durante los próximos cinco años, algo que hay que unir a un escenario poco claro de los mercados emergentes, con China a la cabeza, y al preocupante hecho de que la Eurozona también ha entrado en terreno negativo, en lo que a inflación se refiere.
Y está por ver si el BCE se ve obligado a adoptar medidas para combatir el fantasma de la deflación. Por el momento, se cuenta con el mensaje contundente y pesimista del economista jefe del BCE, Nowotny, a una semana vista de la reunión del banco central, que parece preparar el terreno para más medidas que, aunque esperadas para 2016, podrían adelantarse habida cuenta del escenario de precios y de cierto deterioro del sentimiento y de los datos: «el BCE está incumpliendo claramente su objetivo de precios»; «la inflación subyacente está también por debajo del objetivo» (no es sólo la general, muy marcada por los precios de las materias primas que escapan del control del BCE); e «instrumentos adicionales son necesarios”. Verde y con asas.
Aunque el BCE haya negado reiteradamente el riesgo de deflación, aunque no el de un periodo prolongado de baja inflación que podría poner en duda el objetivo del 2%, santo y seña del banco central, también es cierto que Draghi ha avisado que los ajustes pueden frustrarse sin más inflación en otros países, algo que no parece estar ocurriendo y de ello existe el claro ejemplo de China, en donde la tasa de inflación en septiembre se desaceleró más que lo esperado