Misiones humanitarias Afganistan

El futuro de las misiones humanitarias tras el fiasco de Afganistán

Análisis, 15 de agosto de 2021

El próximo 11 de septiembre, 20 años después del fatídico 11S, EEUU debe completar la retirada de sus tropas de Afganistán, cumpliendo así con la promesa realizada en los acuerdos suscritos con los talibanes en Doha en febrero de 2020. Esta previsión ha desencadenado en los últimos meses una nueva crisis humanitaria en paralelo al recrudecimiento del conflicto y el inevitable desplazamiento de civiles. Un grupo de expertos convocados por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha debatido sobre este asunto y estas son sus valoraciones más significativas.

Desde el anuncio del plan de retirada de las tropas de Estados Unidos en mayo, los talibanes afirman haber capturado más de 150 distritos en Afganistán, mientras que las fuerzas afganas dicen que están dando de baja al menos a 200 insurgentes diariamente. En lo que va de año, ante la inseguridad y el repunte de la violencia, cerca de 300.000 personas han tenido que abandonar sus hogares, elevando la cifra total de afganos desplazados por el conflicto a 3,5 millones de habitantes.

La perspectiva de un incremento de los combates en todos los frentes en un asedio en el cual el ejército regular parece llevar las de perder de no contar con un activo apoyo exterior, nutre la desesperación de las comunidades locales. Nadie es capaz de ponerse de acuerdo ya respecto a los niveles de control territorial de cada parte del conflicto: según unos, los talibanes apenas habrían conquistado el 20 por ciento; según otros, dicha cifra debe elevarse hasta el 80 por ciento. Nadie cree que la negociación pueda ser eficaz para detener la presión talibán, que amenaza al gobierno en Kabul con una derrota sin paliativos.  

A su paso, los talibanes, que ahora se hacen llamar el Emirato Islámico de Afganistán (EIA), reimplantan su código de costumbres y preceptos islámicos, cuyas víctimas preferentes son las mujeres y las niñas, y que en su día motivaron el repudio del mundo occidental. La ideología talibán se basa en una interpretación radical del Islam, cercana a la del nacionalismo pastún. Los territorios donde se originó son también los que más han impulsado el movimiento fundamentalista. Allá por donde pasan, aterrorizada, la población civil se instala en el desamparo más absoluto mientras los servicios básicos saltan por los aires. La violencia gana terreno por doquier. Y los países vecinos, Irán y Pakistán, se preparan para un nuevo flujo de refugiados a gran escala.

Intervenciones en entredicho

El fracaso de esta operación humanitaria no puede ser más contundente. Y se une a otras (en Irak, Libia o Siria) donde el “buenismo” de la comunidad internacional ha desencadenado una frustración de consecuencias difíciles de gestionar.

La de Afganistán no ha sido solo una guerra tan larga como inútil sino que la victoria talibán amenaza con actuar como un potente resorte moral para sus líderes y combatientes animando a sus homólogos en otras partes del mundo. Vencieron a la URSS y ahora presumirán de haber vencido a EEUU. Su régimen tradicionalista y bárbaro campará a sus anchas tras haber desbaratado múltiples operaciones militares llevadas a cabo en nombre de la humanidad por diversos países (también España) y organismos internacionales (OTAN incluida). Su visión apocalíptica amenaza con imponerse definitivamente. 

En el balance, a los muertos en la contienda (más de 45.000 soldados entre fuerzas internacionales y locales) habría que sumar cerca de 50.000 civiles afganos. Según el Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad estadounidense de Brown, los costes económicos para Washington han superado los 2,26 billones de dólares. 

Pese a los medios empleados, el propósito de la guerra (desterrar a los talibanes del poder y derrotarlos) se ve en entredicho por el repunte de sus conquistas. Nadie confía en que la instrucción del ejército local y el apoyo exterior al gobierno sean suficientes para contener un avance que parece imparable. Quien puede, huye. Los soldados afganos escapan ya a través de las fronteras de Tayikistán y Uzbekistán. A esto se suma una ola de refugiados civiles y militares afganos que huyen a Kirguistán y Kazajistán, especialmente aquellos que colaboraron con Washington y las fuerzas de la OTAN, y cuya vida corre peligro si los talibanes conquistan Kabul.

El deterioro de las condiciones básicas que permiten recrear cierta estabilidad pone al límite de sus posibilidades el futuro de Afganistán. Diezmado por tantos años de guerra interminable, anegado por la corrupción y la pobreza a partes iguales, incapaz de liberarse del subdesarrollo, la supervivencia al amparo de la asistencia humanitaria pudiera resultar su horizonte inmediato.

Regresamos, pues, a la casilla de salida. Lo menos que se puede decir es que si los ejércitos pueden ganar las guerras, difícilmente pueden construir la paz. El fracaso de Afganistán amenaza el futuro de las intervenciones humanitarias y limitará el alcance de las acciones internacionales en este campo.

Las actuales hipotecas de la gobernanza global y el incremento de la tensión internacional que sugiere otras prioridades para la agenda estratégica de las grandes potencias ofrecen un panorama poco alentador. Cualquier compromiso con la seguridad colectiva, cualquier asunción de responsabilidad ante los excesos de cualquier gobierno con su población, será abordada con más cautela.

También el orden regional está en cuestión. China, Rusia y los demás miembros de la OCS, la Organización de Cooperación de Shanghái (Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán), se han mostrado muy preocupados por las consecuencias del avance de los talibanes. Afganistán limita con cuatro de los seis países que integran la OCS y la situación actual implica a toda la región de Asia Central.

El presidente afgano Ashraf Ghani ha tratado de tranquilizar a sus vecinos asegurando que tiene la situación bajo control. Según Ghani, "a los talibanes les llevará más de 100 años conseguir la victoria”. Por su parte, los guerrilleros islamistas dan a entender que para ellos, la conquista de Kabul es solo cuestión de tiempo, y ciertamente, no de un siglo.

Los miedos alcanzan al Sur de Asia, una región plagada de grupos armados que podrían ver con euforia la victoria de la insurgencia. El mensaje de los talibanes a los grupos islamistas de India, Pakistán y otras regiones del Sur y Centro de Asia es que si son capaces de resistir durante un largo período de tiempo, aunque no será fácil, es posible vencer a cualquier rival por más poderoso que sea.

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