Francia perdida influencia Africa

Francia se asoma a la pérdida de influencia en África

GEOPO, nuevos análisis sobre temas de geopolítica internacional, 23 de octubre de 2023

Los sucesivos golpes de estado en Mali, Burkina Faso, Níger y Gabón, así como las crisis diplomáticas con Marruecos y las tensiones recurrentes con Argelia, demuestran la dificultad que encuentra París para mantener su presencia en una región en la que ha gozado de una reconocida influencia.

Más allá de las rivalidades internacionales en juego en el continente, estos reveses diplomáticos parecen señalar el fin de la influencia francesa. Además, ponen en duda la capacidad de París para mantener su estatus de potencia media en un momento de severa transformación del orden internacional de posguerra.

La influencia global de Francia se ha basado tradicionalmente en tres pilares: membresía permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, poder militar e influencia en África, los dos últimos estrechamente vinculados.

Es cierto que París conserva su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad, pero el prestigio y la influencia de este último han disminuido considerablemente con los años. Con el surgimiento de numerosas potencias regionales y el avance de la multipolaridad, el Consejo de Seguridad parece cada vez más marginado en los asuntos internacionales, mientras que antes era el referente para la gestión de la gran mayoría de los conflictos globales.

En lo que respecta al poder militar, los recortes presupuestarios de las últimas dos décadas han dañado la capacidad militar de Francia, particularmente en lo que respecta a la logística y la proyección de fuerzas. Así, durante la intervención en Libia en la que el presidente Nicolas Sarkozy enfrentó al ejército francés junto al británico, París pidió, después de sólo 72 horas de bombardeos, a la Marina estadounidense que le suministrara municiones.

Además, el uso de la fuerza militar como medio de influencia política se ha vuelto cada vez más limitado en un mundo cambiante, donde los conflictos a menudo están influidos por operaciones de información y de interferencia más que por operaciones militares clásicas.

Bien es verdad que el ejército francés ha desempeñado un papel de liderazgo en el continente africano desde la independencia de los países de la región, en apoyo de sus intereses políticos. La simple presencia de bases militares francesas en África dio a Francia una influencia diplomática significativa porque representaba una herramienta para apoyar a un gobierno en el poder o contrarrestar las amenazas que pesaban sobre él.

Sin embargo, como hemos visto recientemente con los golpes de estado en la región, la presencia militar por sí sola no lo es todo. Sobre todo porque las operaciones militares habituales en los años 1970 y 1980 ya no son reproducibles hoy, especialmente en las antiguas colonias, sin que esto se perciba –con razón o sin ella– como una maniobra neocolonialista.

En consecuencia, si las fuerzas armadas, aunque superiores en número y equipamiento, no intervienen por temor a la interpretación y comunicación política que se derivaría de ello, el ejército se encuentra de facto impotente.

Esto es precisamente lo que ocurrió recientemente en Burkina Faso, Malí y Níger, con exigencias de salida de las tropas francesas. Los gobiernos locales han enfrentado presiones internas y externas, incluidas acusaciones de dependencia neocolonial de Francia, lo que ha complicado la gestión de la presencia militar gala en su territorio. Esta situación ha mostrado los límites de la influencia militar en un contexto en el que las cuestiones políticas y mediáticas tienen cada vez más prioridad sobre las operaciones militares tradicionales.

Un prestigio que cotiza a la baja

A pesar del debilitamiento del papel global del Consejo de Seguridad y de su propio poder militar, hasta hace poco Francia todavía tenía influencia en África para legitimar su condición de gran potencia. Sin embargo, a los golpes citados y las tensiones diplomáticas  se ha sumado también la pérdida de presencia económica de las empresas francesas en África Occidental en beneficio de China, Turquía o Marruecos. Todo ello ha resultado en una reducción significativa del prestigio francés en el continente.

Además, el ascenso del inglés en detrimento del francés en la Francofonía, como lo demuestra la adhesión de Gabón a la Commonwealth, subraya el declive de la influencia cultural francesa en África.

A estos factores que explicarían esta pérdida de influencia, acelerada en virtud del  cambio en el orden internacional y el reequilibrio del equilibrio de poder que se está gestando,  en la propia Francia se indica también la falta de tacto diplomático del propio presidente Emmanuel Macron, que parece haber perdido la confianza de sus homólogos. A la mínima ocasión, estos le echan en cara el pasado colonial de la metrópoli.

París no tirará la toalla y seguirá en la pugna por afirmar su influencia diplomática, económica y cultural en el continente africano consciente de que esta situación también afecta a su percepción como potencia, no sólo ante los ojos de los países emergentes influyentes, sino también ante sus antiguas colonias, que han optado por la diversificación de sus socios internacionales.

La vertiginosa pérdida de influencia de Francia en África arranca de mediados de los años 1990, al inicio de la posguerra fría, y ahora probablemente asistimos al final de un ciclo histórico de más largo alcance. Francia ya no tiene los medios para sostener sus ambiciones africanas. Baste un ejemplo: el aumento de las tasas universitarias para los estudiantes extranjeros, casi el 45% de los cuales procedían de África, es una evidencia sorprendente de esto. Al mismo tiempo, China acoge a casi 80.000 estudiantes africanos.

De todos los países europeos, Francia tiene el capital social, diplomático, intelectual, artístico, económico y científico más rico en materia africana. Pero el descrédito de París entre las nuevas generaciones africanas parece imparable. El ciclo neocolonial abierto por el general De Gaulle durante la Conferencia de Brazzaville en 1944 vive sus horas más bajas.

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