Tierras raras

Las tierras raras se confirman como nuevo paradigma de la geopolítica global

Análisis, 12 de septiembre de 2025

Las tierras raras son un grupo de diecisiete elementos químicos que se encuentran generalmente en la naturaleza: escandio, itrio y los quince elementos del grupo de los lantánidos (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio).

Las tierras raras llevan ese nombre no por su escasez, ya que existen en muchas partes, sino por sus propiedades físicas, como el magnetismo, que sí son limitadas, además de otras propiedades únicas como las electroquímicas y las luminiscentes.

Estos recursos, presentes en productos como chips de inteligencia artificial, vehículos eléctricos y misiles guiados, están en el centro de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, cuyo gobierno endureció las restricciones a la exportación en abril, alegando razones de seguridad nacional.

El gigante asiático posee el 49% de las tierras raras del planeta (unos 44 millones de toneladas) y controla más del 70% de la producción mundial, principalmente mediante la explotación de importantes yacimientos en Myanmar (antigua Birmania) y casi el 90% de su procesamiento. Es decir, China tiene prácticamente el monopolio de su refinación para abastecer su propia industria del sector electrónico, vehículos eléctricos, turbinas eólicas y muchos otros equipos, y la industria de casi todo el mundo.

Impulso ascendente de la demanda

Las tierras raras se volvieron la nueva fiebre minera y tecnológica por el crecimiento acelerado de su demanda y, ahora, por la guerra comercial desatada por Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump.

La amenaza china de condicionar las exportaciones de sus elementos químicos de las tierras raras forzó al mandatario estadounidense a retroceder en su escalada de aranceles adicionales contra su mayor rival económico, que alcanzaron 145% en abril, y entablar negociaciones que prosiguen con el arancel reducido a 30%.

Las disputas geopolíticas tienden a acentuar un movimiento de muchos países para reducir su dependencia en relación a las tierras raras de China.

El poder de los Estados Unidos

Estados Unidos dispone de sus propias capacidades en estos materiales, pero no alcanzan a satisfacer sus necesidades. La mina principal se encuentra en Mountain Pass (California). Es una de las mayores fuera de China. Produce sobre todo lantano y cerio, y algo de neodimio y praseodimio. Hay otros yacimientos identificados en Texas, Wyoming y Alaska, pero aún en fases exploratorias o con proyectos pendientes de inversión.

El problema fundamental es que la mayor parte del refinado y separación de estos materiales se sigue haciendo en China; EE.UU. exporta su concentrado allí para procesarlo, lo que limita su autonomía real.

Cabe destacar que en defensa y alta tecnología (misiles, radares, imanes permanentes, F-35, energías renovables), EE.UU. es un consumidor crítico.

Actualmente, el Departamento de Defensa financia programas para desarrollar minería, refinado y reciclaje en suelo estadounidense con el propósito de recuperar la capacidad de refinado y crear cadenas de suministro alternativas (con Canadá, Australia, Japón y la UE). A las tierras raras se les da un tratamiento de seguridad nacional. Asimismo, busca también una mayor diversificación de proveedores (Australia es clave) y acuerdos multilaterales (como el Minerals Security Partnership).

La disuasión de China

El fuerte peso estructural de China en la cadena global de tierras raras le provee de un arma estratégica que ha usado en varias ocasiones frente a EE.UU. y otros actores (Japón, por ejemplo). En las negociaciones comerciales (incluidas las de aranceles), lo hace valer de varias maneras. En primer lugar, insinuando la restricción de exportaciones, enviando una señal de vulnerabilidad industrial a Washington. En segundo lugar, estableciendo cuotas, licencias o inspecciones medioambientales que reducen la oferta mundial y elevan los precios. Esto impacta en las empresas estadounidenses y genera presión política interna sobre la Casa Blanca.

El modus operandi de China excluye, al menos por ahora, el anuncio de un dramático corte del suministro que afectaría a la confianza global en su economía pero traslada mensajes a terceros a modo de elemento de disuasión, sin necesidad de una medida frontal que podría activar represalias de la OMC o acelerar demasiado la estrategia de autosuficiencia de EE.UU. y otros países.

Además, en las rondas de negociación con Washington, China se presenta como actor indispensable para la transición energética global (paneles solares, turbinas, coches eléctricos). Eso refuerza su capacidad de trueque: suavizar aranceles agrícolas o tecnológicos a cambio de no tensionar demasiado el mercado de materiales críticos.

China convierte su posición dominante en el procesamiento de tierras raras en una carta de presión latente: nunca la juega del todo, pero siempre la mantiene visible. Es un arma de disuasión económica, que funciona más por el miedo a la interrupción que por la interrupción en sí.

No solo presión, también moderación

Las tierras raras pueden actuar tanto como elemento de presión (amenaza latente) como de moderación (incentivo a cooperar). Es decir, son un arma de coerción blanda, pero también una pieza de interdependencia que puede enfriar tensiones.

Cabe reconocer que si China domina el refinado, también necesita un mercado solvente para colocar sus productos. EE.UU. (y sus aliados) son consumidores clave en sectores de alto valor añadido. Una ruptura total dañaría a ambos: a China le cerraría clientes estratégicos, a EE.UU. le paralizaría cadenas de producción.

Por otra parte, si China cortara de verdad las exportaciones, aceleraría la creación de cadenas alternativas en EE.UU., Australia, Canadá, la UE y Japón y perdería el “monopolio de facto” a medio plazo. Por eso, la amenaza funciona mejor que la acción: es un recordatorio que induce a no cruzar ciertos límites.

Al dejar claro que una crisis en tierras raras sería un “suicidio económico mutuo”, ambos lados tienen un incentivo a mantener canales abiertos y evitar escaladas descontroladas. Funcionan como un disuasivo económico, parecido a la lógica nuclear en la Guerra Fría, pero aplicado ahora a las cadenas de suministro.

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