El ochenta aniversario de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha desplegado una alargada sombra sobre el futuro de la entidad, más allá del tradicional debate acerca de los fallidos resultados políticos de su actividad.
En el balance, sin embargo, no debiéramos pasar por alto el hecho de que el papel cada vez menos relevante de la ONU en la geopolítica se ha visto compensado por su actuación cada vez más significativa como gran organización de ayuda humanitaria a nivel mundial. Y aunque la ineficiencia de la ONU no es sino fiel reflejo de las ineficiencias de los estados que la componen, en particular los más poderosos, el pesimismo afecta a su misión primordial, la prevención de la guerra, socavando su autoridad y prestigio.
El International Crisis Group, con sede en Bruselas, afirmó en uno de sus informes más recientes que no es la primera vez en la era posterior a la Guerra Fría que la ONU atraviesa momentos de duda y división. Periodos similares de incertidumbre siguieron a los fracasos de las misiones de paz en los Balcanes y Ruanda en la década de 1990, así como a los debates sobre la guerra de Iraq de 2003. Pero aunque aquellas fueron épocas difíciles, los miembros de la organización lograron unirse, reconciliarse y llevar a cabo importantes reformas en cada ocasión. No está claro que esta vez puedan o quieran hacerlo, en gran medida porque falta una visión común entre los Estados sobre el futuro del multilateralismo.
Amenazas existenciales
La ONU enfrenta hoy un conjunto de desafíos que ponen en cuestión su eficacia, su legitimidad y hasta su capacidad de perdurar como eje de la gobernanza global. Entre los principales cabría destacar:
1. Bloqueo en el Consejo de Seguridad.
El uso frecuente del derecho de veto por parte de las potencias permanentes (EEUU, Rusia, China, Francia, Reino Unido) paraliza la toma de decisiones en conflictos clave. Esto debilita la credibilidad de la ONU como árbitro imparcial y genera frustración en el resto de los Estados miembros.
2. Crisis de legitimidad y representatividad.
Muchos países del Sur Global perciben que la ONU refleja un orden mundial de 1945, ya superado. La falta de reforma del Consejo de Seguridad y la subrepresentación de África, América Latina o el mundo árabe alimentan el descontento.
3. Erosión del multilateralismo.
El auge de nacionalismos, la rivalidad entre grandes potencias y el recurso a alianzas ad hoc (OTAN, BRICS, G20, foros regionales) reducen el papel de la ONU como espacio central de concertación.
4. Falta de recursos y dependencia financiera.
El presupuesto ordinario y el de operaciones de paz dependen en gran medida de unas pocas potencias, lo que genera vulnerabilidad frente a recortes o presiones políticas.
5. Incapacidad para responder con rapidez.
Las burocracias internas y los largos procesos de negociación limitan la eficacia de la ONU en crisis humanitarias, pandemias o catástrofes climáticas.
6. Desafíos globales que la superan.
Cambio climático, ciberseguridad, inteligencia artificial, desigualdades extremas o migraciones masivas plantean problemas que exigen cooperación a escala global, pero los Estados no siempre le otorgan mandato suficiente a la ONU.
Pero quizá el factor esencial que gravita como una seria hipoteca sobre su futuro es el cuestionamiento por parte de potencias principales que buscan debilitar organismos específicos de la ONU cuando sus decisiones no encajan con sus intereses.
En los últimos años, Estados Unidos, tanto bajo los gobiernos republicanos como demócratas, ha cuestionado cada vez más a las Naciones Unidas y a sus organismos, incluidos sus órganos judiciales, cuando estos han tratado de hacer cumplir su carta y el derecho internacional humanitario.
Así las cosas, la ONU se encuentra bajo una enorme presión, se han recortado fondos críticos a medida que aumentan las necesidades, y se ha puesto en duda su capacidad para preservar la paz y la seguridad.
¿Futuro garantizado?
Además de representar la organización internacional más universal y, por lo tanto, legítima del mundo, la ONU ha demostrado una y otra vez su indispensabilidad en los ámbitos de la consolidación de la paz, la lucha contra la pobreza extrema y, cada vez más, en los ámbitos de la acción climática y la gobernanza digital, incluida la inteligencia artificial.
El actual 80.º aniversario de su fundación podría ser una oportunidad para que los gobiernos, de forma urgente, sentaran las bases de la reforma que se necesita, como agua de mayo, para fortalecer la ONU. Durante años han proliferado las propuestas en tal sentido, pero ninguna ha llegado a buen puerto. Y si no avanza en la adaptación institucional, quedará inevitablemente rezagada frente a mecanismos más flexibles.
A día de hoy, el factor decisivo no es tanto externo (crisis, amenazas) como interno; en esencia, la voluntad política de los Estados miembros —en especial de las grandes potencias— de seguir usándola como foro legítimo para gestionar los asuntos globales.
La ONU nació como un pacto entre vencedores de 1945. Mientras las grandes potencias consideren que les resulta útil —aunque sea como escenario para legitimar posiciones, contener conflictos o canalizar cooperación— la ONU seguirá viva. Si la perciben como un obstáculo y trasladan todo a foros paralelos, la ONU pierde relevancia.
No está en riesgo inmediato de desaparecer, pero sí de volverse irrelevante si no logra adaptarse y recuperar eficacia frente a un mundo multipolar, fragmentado y lleno de retos transnacionales.
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