Tras Grecia, el Reino Unido emerge en el horizonte comunitario de preocupaciones

Análisis, 25 de julio de 2015

En un nuevo ejercicio del proverbial aislacionismo británico, a mitad camino entre el cinismo y el desprecio, el gobierno conservador de Cameron se apresta a celebrar un referéndum antes de que acabe 2017 para decidir si abandona o no la Unión Europea, aunque previamente habrá una negociación entre las partes para tratar de encontrar acomodo a las demandas británicas.

Si bien el evento queda aún lejos, la crisis por la que atraviesa la Unión y el Eurogrupo como consecuencia del pulso griego, no hace sino dimensionar el proceso británico, máxime cuando Europa continúa representando un modelo de referencia tanto por el nivel de renta, como por el desarrollo del estado del bienestar y por la democracia de sus estados miembros, algo a lo que el Reino Unido, al parecer, es insensible.

Nada de esto le vale al Reino Unido y a sus ciudadanos anti europeístas y, en estas circunstancias, cobran toda su vigencia las palabras pronunciadas por el recientemente descabalgado líder liberal-demócrata Clegg, cuando hace tiempo afirmaba que “queremos estar dentro, queremos estar fuera. Queremos repatriar soberanía, usar nuestro derecho a veto, conservar nuestra pinta de cerveza, proteger la libra esterlina, aprovechar nuestro mayor mercado de exportaciones. Queremos ser críticos con Alemania, evitar la suerte de Grecia, compartir el orgullo de haber traído la paz a Europa y reírnos, cínicos, cuando un acrónimo gana el premio Nobel”. No se puede decir más en menos palabras.

Con independencia de las razones económicas y políticas en las que se escudan los anti europeístas británicos, muchas de ellas de peso, lo cierto es que existe una posibilidad cierta de que el Reino Unido decida abandonar la UE y aunque Cameron haya anunciado que votará a favor de permanecer en la Unión, no está claro siquiera que vaya a contar con el apoyo unánime de su partido (ni siquiera de su gobierno).

Por el momento, en el Consejo Europeo de junio se han asignado recursos para afrontar las negociaciones en sus ámbitos técnico y legal y se ha designado al presidente del Consejo como representante de los 27 en la próxima discusión formal que tendrá lugar en diciembre, aunque antes habrá conversaciones informales entre los principales líderes europeos.

Aunque las discusiones dentro del propio Partido Conservador británico, así como las que se produzcan en el seno de la UE serán duras, cambios que supongan modificaciones en los Tratados son inverosímiles por su complicación política y legislativa y, aunque las prioridades de Cameron no están del todo claras, en parte por razones tácticas, no parece que se vayan a plantear tales modificaciones.

Los temas importantes para el Reino Unido tienen que ver con el endurecimiento de los requisitos para acceder al estado del bienestar británico por parte de inmigrantes de la UE; la libre circulación para los nuevos estados miembros; el aumento de poderes de los parlamentos nacionales para limitar las iniciativas legislativas de la UE; la limitación de la burocracia; el acelerar los acuerdos comerciales con terceros; la devolución de poderes a los miembros; el evitar que la Eurozona, en bloque, pueda imponer legislación a través de la European Banking Authority (EBA) al sistema financiero británico, o los capítulos sociales que afectan a la competitividad y, en definitiva, poner fin a la idea de que el camino hacia una UE más profunda no se detiene.

Las consecuencias de una eventual salida del Reino Unido de la UE no son fáciles de predecir porque dependerían del tipo de relación que se estableciera entre ambas partes con posibilidades integradoras, al estilo noruego, o con una postura más laxa. En todo caso, el proceso de separación sería largo, de años.

Los estudios disponibles estiman que en términos económicos ambas partes saldrían perjudicadas aunque, por cuestiones de dimensión, la pérdida sería mayor para el Reino Unido. En particular, el comercio, la inversión directa extranjera, los riesgos para una parte de la City a medio plazo (si se retira el pasaporte europeo), la incertidumbre, el peso a la hora de negociaciones internacionales, etc., tendrían consecuencias negativas. A eso, habría que añadir que Escocia, mucho más pro europea que el resto del país, volviera a plantear la posibilidad de su propia independencia del Reino Unido.

Fuente: Tendencias del Dinero