Presupuestos del Estado: se siguen perdiendo oportunidades
Artículos, 24 de noviembre de 2016
El gobierno Rajoy se enfrenta a su primer gran reto de la nueva legislatura con la presentación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2017 desde una posición de minoría, con el apoyo de Ciudadanos y Coalición Canaria y la necesidad de buscar el respaldo de otros partidos si quiere conseguir la aprobación de las cuentas, aunque éste sustento se presenta complejo y encajonado, en la medida en que el respaldo parlamentario supone mayor gasto y ello representa mayor déficit, mientras que la Comisión Europea amenaza con devolver los presupuestos al corral si estos no respetan el tope de déficit tantas veces incumplido.
Los antecedentes dejan claro que en 2013, fueron nueve; en 2014, once y el pasado año fueron trece las enmiendas a la totalidad. Da igual, entonces la mayoría absoluta de PP no necesitaba apoyos y tanto el gobierno como los partidos de la oposición sabían cuál era el terreno de juego en el que se movían, manteniendo imperturbables sus respectivas y cansinas líneas argumentales ante el proyecto de ley: “inútil”, “insuficiente” y “antisocial” eran los epítetos de la oposición; mientras “son los presupuestos de la solidaridad”, “apoyan la recuperación” y “son los más sociales de la historia” eran las respuestas emitidas desde el gobierno. La innovación del lenguaje se demuestra perezosa año tras año.
No caben grandes movimientos de cara a los presupuestos que deben ser debatidos en el Parlamento. El modelo elegido no tiene margen y las partidas de los PGE, con unos ingresos y gastos muy poco elásticos, no permiten grandes genialidades, aunque las cuentas del Estado son como un estanque lleno de agujeros por donde se escapa el agua y cuyas fugas son difícilmente detectables incluso para el propio aparato del Estado, ya que para elaborar los PGE, año tras año, se repite el mismo esquema, los mismos análisis y los mismos problemas.
Los PGE no dejan de ser un retrato financiero adelantado de los objetivos políticos de un gobierno y de la oferta electoral realizada en su momento. En ese sentido, es una máquina de gastar dinero en la medida en que los compromisos electorales suelen ser caros y giran en torno al gasto más que a los ingresos.
Cierto es que en situaciones de crisis profunda y cuando los gobiernos tienen que destinar casi lo mismo en pagar la carga de la deuda que en todos los ministerios, o más que para pagar la nómina de todo su personal, el margen para gastar es más bien escaso. Y si a eso unimos las pensiones y el desempleo, el margen se reduce sustancialmente.
Aun así, el gobierno de las reformas vuelve, una vez más, a desperdiciar una oportunidad histórica de partir de cero e iniciar un periodo nuevo en lugar de seguir manoseando las cuentas de siempre, viciadas hasta límites insoportables aunque, hay que reconocer, que se han efectuado limpias selectivas de calado.
Las cifras son las que son y cuando vienen no especialmente bien dadas, como es el caso, los políticos tienen que actuar e intermediar y ser capaces de adecuar los ingresos a los gastos, cubrir las “necesidades” y mostrar firmeza ante la voracidad de los partidos que venden su apoyo. En tanto en cuanto esa realidad se mantiene imperturbable y Bruselas se mantenga firme en exigir el cumplimiento de los compromisos de déficit, la aprobación de los PGE se hace difícil, lo que debería obligar a unos y a otros a repensar las cuentas desde abajo para realizar una limpia y poda de los números y de su destino.
Los gastos, con el paso del tiempo, se convierten en un gran ejercicio de voluntarismo que, como el viejo casco de un buque, van acumulando adherencias y rémoras que terminan por hacer insoportable su peso, lo que obliga a pasar por el dique seco para su limpieza cada cierto tiempo. Con los PGE ocurre algo similar. Los intereses creados y el exceso de kilos hacen de él un instrumento impensable, que ningún empresario que se precie podría asumir como propio; pero es un hecho que la casta política va a su aire y no repara en técnicas presupuestarias a desarrollar en momentos como el que vivimos. Eso queda para los que viven del largo plazo. Y en política lo que prima es el cortoplacismo y la falta de coraje.
Cuando uno bucea por los PGE, lo que se encuentra es un exceso de grasa, grasa con mucho colesterol, del malo; pólipos en la zona alta y baja del sistema; articulaciones artríticas y elementos y protocolos que necesitan de un urgente plan Renove, aunque todo ello haga sufrir a la estructura electoral del partido que sustenta al gobierno.
En técnica presupuestaria, esa revisión general, incluida la colonoscopia y el tacto rectal, tiene un nombre claro y conciso. Se llama Presupuesto Base Cero y consiste en revaluar cada uno de los programas y gastos partiendo siempre de cero; es decir, elaborando un presupuesto como si fuera el primero, y evaluando y justificando el monto y necesidad de cada renglón del mismo. Se olvida el pasado para planear con absoluta conciencia y libertad, el futuro. Se suprimen muchas cosas y se aumentan otras. Y todo ello con rigor e independencia.
Cualquiera que conozca la Administración Pública en sus diversos escalones -estatal, autonómica y local-, conoce la cantidad de elementos adiposos que se acomodan en las cuentas del Estado, hallando allí la adaptación idónea para vegetar confortablemente y aguantar el paso de los años sin que nadie ose molestar tan improductiva actividad. Por ello se pelea y se defiende con ardor la trinchera ganada, vaya usted a saber dónde y desde cuándo.
Cuando términos como deuda, déficit público, pensiones o desempleo, ocupan sistemáticamente los titulares de los periódicos y llenan la boca de los políticos, a lo mejor no sería malo sentarse y ponerse a elaborar -con profesionales independientes- un presupuesto base cero que podara esas ramas improductivas e inútiles que conforman los presupuestos de la cosa pública a nivel estatal y autonómico. Es lo que se ha dado en llamar el “chocolate del loro”, sin que se sea consciente de que el chocolate va siempre a los mismos loros, sin tener en cuenta que cada vez hay más loros y cada vez menos chocolate.
Nadie afirma que sea una tarea fácil ni cómoda, y cada día se comprueba lo duro que es limpiar la jícara, porque no hay nada peor que acostumbrarse a vivir de las subvenciones y del Presupuesto o, lo que es lo mismo, a costa de los demás.
Alguien podía pensar que el obligado reformismo de Rajoy se iba a atrever con los PGE, que es donde están las auténticas reformas, y a dar respuesta a multitud de interrogantes que pueden ir desde el cuestionamiento de las actuales estructuras de gasto en Defensa, hasta la eficacia o grado de productividad alcanzado por los fondos destinados a investigación, pasando por un sinnúmero de partidas de orden menor en donde se concentra todo un submundo que nadie se atreve a sacar a la superficie.
No ha sido así y las legislaturas en este campo siguen pasando sin pena ni gloria, aunque con ello se haya dañado a muchos ciudadanos y con ello al futuro del país.