La situación de la Unión Europea (UE) en cuanto a soberanía digital es singular y se puede describir como expresión de un equilibrio estratégico: no es la más dominante en términos de poderío tecnológico, pero se está posicionando como la más influyente en cuanto a regulación y estándares globales.

Desglosemos ese equilibrio situándola en comparación con sus dos principales competidores: Estados Unidos y China.

Son cinco las áreas clave que determinan la posición de los actores en competencia en el ámbito digital.

En primer lugar, las infraestructuras y plataformas (Nube, Redes, Big Tech). Es un punto débil crítico para la UE. Depende casi por completo de infraestructuras cloud de AWS (Amazon), Microsoft Azure y Google Cloud. No tiene un equivalente a estas hyperscalers estadounidenses o al Alibaba Cloud chino. En redes, Ericsson (Suecia) y Nokia (Finlandia) son actores globales en 5G, pero enfrentan una feroz competencia de Huawei (China).

Mientras, EEUU ejerce un liderazgo indiscutible con base en las "GAFAM" (Google, Apple, Facebook/Meta, Amazon, Microsoft), que controlan los sistemas operativos, las redes sociales, la publicidad digital y la computación en la nube a nivel global.

Por su parte, China, aunque autosuficiente y aislada, dispone de su propio ecosistema con Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi (el "BATX"). Huawei es un gigante global en telecomunicaciones. El mercado está protegido y es fuertemente influenciado por el gobierno.

En segundo lugar, en el ámbito de la regulación y establecimiento de normas, la UE es líder global y "superpotencia regulatoria". Con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), la Ley de Mercados Digitales (DMA) y la Ley de Servicios Digitales (DSA), Bruselas está exportando su marco legal al mundo (el llamado "Brussels Effect"). Su enfoque es proteger la competencia, la privacidad de los ciudadanos y los derechos fundamentales. No obstante, su propuesta plantea retos delicados. EEUU, sin ir más lejos, prefiere más laissez-faire porque considera que una regulación más ligera y fragmentada favorece la innovación y el crecimiento de sus empresas, no dudando en calificar la regulación europea como una barrera comercial proteccionista.

China se sitúa en las antípodas. Es partidaria de una regulación estricta, pero orientada al control estatal, la seguridad nacional y la censura (Gran Firewall). Sus normas de datos (ley de ciberseguridad) priorizan el acceso del gobierno a la información.

En tercer lugar, la Inteligencia Artificial (IA). La UE ha puesto el foco en el desarrollo de una IA "fiable" y centrada en el ser humano. Está trabajando en la Ley de Inteligencia Artificial, una norma pionera que busca clasificar y regular los sistemas de IA según su nivel de riesgo, prohibiendo prácticas consideradas socialmente peligrosas. Y va por detrás en inversión en I+D frente a sus competidores.

EEUU es líder en I+D de vanguardia, impulsado por grandes empresas tecnológicas y un ecosistema de capital de riesgo masivo. Su enfoque es más comercial y menos regulatorio.

En cuanto a China, ha declarado la IA como una prioridad nacional. Liderando en aplicaciones de reconocimiento facial, vigilancia y fintech, su ventaja es la vasta cantidad de datos a los que tiene acceso y el apoyo estatal incondicional.

En economía de los datos, otra área esencial, la UE basa su estrategia en la soberanía de datos. Proyectos como GAIA-X buscan crear una infraestructura de datos federada y segura para reducir la dependencia de los proveedores cloud estadounidenses. La Ley de Gobernanza de Datos facilita la compartición de datos entre sectores.

En el modelo estadounidense, la economía de datos está dominada por sus empresas, que han acumulado las mayores cantidades de datos a nivel global, lo que alimenta sus modelos de IA y publicidad. China, por su parte, considera los datos un recurso nacional estratégico. Tiene políticas para controlar el flujo de datos hacia el exterior y promover su uso para el desarrollo económico y el control social.

Un cuarto factor es el hardware y los semiconductores. La UE tiene una posición débil en la fabricación de chips de última generación (depende de TSMC en Taiwán y Samsung en Corea del Sur). Sin embargo, tiene empresas clave en el diseño (ASML en Países Bajos es la única empresa del mundo que fabrica las máquinas de litografía UVE necesarias para los chips más avanzados) y en semiconductores especializados (STMicroelectronics, NXP). La ley europea de Chips busca movilizar inversiones para duplicar su cuota de producción global hasta el 20% para 2030.

Entre EEUU y China existe una carrera tecnológica y de inversión masiva. EE. UU. tiene empresas líderes en diseño (Intel, NVIDIA, AMD) y está incentivando la fabricación local. China está invirtiendo billones de yuanes para lograr la autosuficiencia, pero aún va por detrás en la tecnología punta.

A la postre, en la inversión está la diferencia

La UE está apostando por convertirse en el "guardián de la ética digital". Pero en esta carrera, cualquier éxito que pueda lograrse no va a depender de lo justo o idóneo de los enfoques morales sino de la disposición de recursos para hacerlos valer. Y en ello, la necesidad de mejorar drásticamente la inversión es uno de los puntos más críticos y repetidos en todos los análisis sobre la soberanía digital de la UE. Es, de hecho, la gran brecha que separa sus ambiciones regulatorias de la realidad tecnológica.

Si partimos de la inversión en I+D (Investigación y Desarrollo), la UE en su conjunto invierte alrededor del 2.2% de su PIB. Esto está por detrás de Corea del Sur (~4.9%), Japón (~3.2%) y Estados Unidos (~3.5%). China, aunque con un porcentaje similar al de la UE, tiene un PIB masivo, por lo que en términos absolutos la supera.

El punto más dramático, no obstante, es el capital de riesgo (Venture Capital). El ecosistema de capital de riesgo de la UE es significativamente más pequeño y conservador que el estadounidense o incluso el chino. Las startups europeas reciben sustancialmente menos financiación en rondas grandes (Series B, C y posteriores) que sus homólogas estadounidenses. Muchas startups europeas prometedoras, una vez alcanzan una cierta escala, se ven "obligadas" a trasladar su sede a EEUU o a ser adquiridas por una empresa estadounidense para acceder a la financiación y el mercado necesarios para crecer. Es el llamado "brain drain" o fuga de talento y empresas.

Otro tanto se podría decir en materia de inversión en infraestructura crítica. La UE ha lanzado iniciativas ambiciosas como GAIA-X (infraestructura de datos soberana) y la ley de Chips (para impulsar la fabricación de semiconductores) pero estos proyectos requieren inversiones masivas y a largo plazo. La ley europea sobre semiconductores moviliza unos 43.000 millones de euros de inversión pública y privada. Suena a mucho, pero comparado con los 52.000 millones de dólares solo en subvenciones directas de la CHIPS Act de EEUU, o los más de 150.000 millones de dólares que China ha invertido en su sector de semiconductores, la cifra europea puede quedarse corta para un objetivo tan capital-intensivo.

La Comisión Europea está actuando para mejorar los activos continentales, aunque muchos argumentan que a un ritmo todavía insuficiente. La UE necesita mejorar urgentemente y de forma masiva su inversión. La regulación por sí sola no es suficiente. Hasta que la UE no iguale su poder regulatorio con una capacidad de inversión a la altura de sus competidores, su soberanía digital seguirá siendo parcial y vulnerable. El camino es el correcto, pero la velocidad y la escala de la inversión son decisivas para el éxito.

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