Los días 18 y 19 de mayo, la diplomacia china protagonizó una capacidad de influencia alternativa al G7 al organizar en Xi'an, ciudad símbolo de las antiguas Rutas de la Seda, un encuentro con los Jefes de Estado de Asia Central de Tayikistán, Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán. Fue una cumbre inédita con cinco exrepúblicas soviéticas de esa región. Y con la ausencia de Rusia.

El gobierno chino calificó de “importancia trascendental” este conclave, mientras Xi Jinping celebró el inicio de una “nueva era” en las relaciones de la potencia asiática con los países de Asia Central. Con una gran población musulmana suní (más del 90 por ciento excepto en Kazajstán donde los musulmanes representan sólo el 72 por ciento) se trata de regímenes políticos autocráticos todos ellos, con una especial hostilidad a las influencias del Islam radical.

Los cinco países invitados estuvieron ligados durante siglos al Imperio Ruso y posteriormente a la Unión Soviética, y mantienen hasta ahora vínculos económicos, lingüísticos y diplomáticos estrechos con Moscú.  Pero, con la guerra en Ucrania, la influencia rusa ha languidecido y el presidente chino busca llenar el espacio dejado por Moscú para expandir la proyección internacional y la influencia de su país. 

Por tanto, la importancia diplomática y estratégica de la reunión sin precedentes en Xi’an no debe ser subestimada. Viene a mostrar que crece el entendimiento con China en ciertas regiones y muy especialmente en los países en desarrollo, compensando así los crecientes desaguisados con las economías liberales más avanzadas y volcadas en “reducir riesgos” con Beijing. Para China, la creciente influencia en Asia Central la libera de los límites geográficos de Oriente y la acerca cada vez más al centro del mundo. Los cinco países exsoviéticos eran el "patio trasero" de Moscú, y hoy no solo se están desrusificando lingüística y socialmente, sino que reciben con los brazos abiertos al hermano mayor de Beijing.

El corazón de este acercamiento es la economía. Los intercambios comerciales de China con Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán alcanzaron los 70 mil millones de dólares el año pasado y registraron un aumento interanual de 22 por ciento en el primer trimestre de 2023, según datos de Beijing. Por otra parte, estas exrepúblicas soviéticas ocupan un lugar central en el proyecto chino denominado “Nuevas Rutas de la Seda”. Este plan, lanzado en 2013 por Xi, es una propuesta faraónica que busca construir carreteras, puertos, líneas de ferrocarriles e infraestructuras en el extranjero con capitales chinos. 

China, que es el segundo mayor consumidor global de energía, invirtió miles de millones de dólares para explotar las reservas de gas natural de Asia Central y desarrollar vías ferroviarias que la conecten con Europa, pasando por esta región. En Xi'an se discutió sobre infraestructura y comercio. Xi ha prometido casi cuatro mil millones de dólares en nuevas inversiones que se suman a las muchas que ya hizo, comprando en la práctica toda el área asiática de pasado soviético; entre bambalinas del escenario se podían vislumbrar las regiones siberianas de la Federación Rusa, muy interesadas en el resultado de las negociaciones. Por su parte, el kazajo Tokaev le abrirá sus puertas a las empresas chinas, cuyos representantes ya ni siquiera necesitarán visa de ingreso, y agradece a Beijing su “apoyo a la soberanía de los países de Asia Central”. Uzbekistán y Kirguistán han firmado un acuerdo con Beijing para completar la línea férrea que conectará Oriente con Occidente sin pasar ya por Rusia. La "Ruta de la Seda" también queda superada y se integra en una nueva y gran ruta de Asia Central, el corazón palpitante del mundo futuro. Sin embargo, no hay que pensar que Beijing está dejando la seguridad completamente en manos de los rusos para concentrarse sólo en los negocios. En los acuerdos también se habló de defensa y del aumento del gasto militar.

Un denso capital acumulado

La cumbre no es más que el resultado lógico de años en que Rusia fue cediendo progresivamente el control económico de Asia Central a China. Las relaciones entre China, Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán ya son tan estrechas que el encuentro resultaba casi inevitable. La guerra rusa en Ucrania se ha convertido en una extraordinaria oportunidad para China, distrayendo a Moscú de sus antiguos dominios asiáticos y ofreciéndole espacios y posibilidades adicionales que no duda en aprovechar.

El aumento de la influencia política de Beijing es visto por Xi Jinping como la culminación ejemplar de esta evolución, a cada paso más alejada de los criterios y valores liberales occidentales. Una especial atención ha otorgado a Turkmenistán, el único país de la región que no es miembro de la Organización de Cooperación de Shanghái. Asjabad lleva distanciado de Moscú casi veinte años. Su dictadura hereditaria está dominada por la megalomanía de un culto a la personalidad en pleno apogeo.

Los discursos proferidos en la reunión reviven la aspiración china de promover "la eficacia de la gobernabilidad del partido como modelo global de modernización", evocando con énfasis los logros concretos de las carreteras China - Uzbekistán y China - Tayikistán, los del petróleo y gasoductos oeste-este, trenes de mercancías y vuelos directos a Asia Central, asimilados a las “modernas caravanas de las nuevas rutas de la seda”.

El presidente chino evitó mencionar la guerra entre Ucrania y Rusia pero en las declaraciones de la cumbre se menciona la exigencia del respeto de las fronteras y la integridad territorial de los países soberanos. Al mismo tiempo, apuntando al proselitismo democrático occidental, reafirmaron la libertad de cada uno para definir su propio sistema político.

En la declaración final de la cumbre China-Asia Central no se menciona a Moscú. Y es que la ambición de China es que, en el futuro, sea su influencia la que prevalezca.

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