Año tras año, el G-20 se ha consolidado como una referencia básica de la gobernanza global. Y en él, a España se le considera ya un miembro permanente con un “status sui generis” en el cual puede desarrollar sus estrategias internacionales, reconociéndose que, con independencia de su peso político o económico, su compromiso con éstas y otras iniciativas similares se consolida, por lo que puede alentar propuestas que ayuden a elevar nuestro estatus global.

La primera participación española en el G-20 se remonta a la cumbre extraordinaria de noviembre de 2008, celebrada en Washington, EEUU. Alli el presidente galo Nicolás Sarkozy cedió a Madrid uno de los dos puestos que le correspondían como miembro del G-8 y como presidente de turno de la UE. Esa posición hoy se ha reafirmado, como reflejo de nuestra significación y dimena sión política y económica en la comunidad internacional.

Se terminaba así un largo proceso de negociación que buscaba un refuerzo de la presencia de España en los órganos decisivos del orden mundial. El presidente del Gobierno entonces, José Luis Rodríguez Zapatero, y su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, desde el comienzo de sus mandatos respectivos siempre quisieron buscar una presencia más relevante a la hora de influir en los asuntos internacionales.

El presidente y el titular de Exteriores pusieron mayor atención en el G-20, con representación más global, y no en un G-8 un tanto desprestigiado debido a su limitado alcance occidental. La aceptación de España en este foro simboliza, por sí misma, el reconocimiento de una política exterior global que intervenía y participaba en las distintas áreas geográficas, a la vez que contribuía a fortalecer un multilateralismo renovado.

No hay que olvidar que, en esos años, España fue el sexto contribuyente en ayuda a la cooperación a Naciones Unidas. Además, el ministro Moratinos presidió el Consejo de seguridad de la ONU, estuvo al frente de la presidencia de la OSCE, del Consejo de Europa y de la Unión Europea.

En dos etapas

El G-20 reúne a la UE y 19 países de todos los continentes, incluyendo las 12 principales economías emergentes. En su conjunto representan en torno al 90% del PIB mundial, el 80& del comercio global y dos tercios de la población total. A ello hay que sumarle hasta catorce agencias, siete internacionales y otras tantas interregionales. Todo un embrión de poder mundial, si no directamente ejecutivo, al menos con holgada aptitud para sustanciar el debate de las grandes preocupaciones en las que la humanidad  y el planeta se juegan su futuro. Que no es poca cosa.

La primera etapa del G-20 se inició con los encuentros de ministros de economía y finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los países miembros tras la crisis asiática de 1997, instituyéndose como un foro de cooperación y consulta en temas relacionados con el sistema financiero internacional. Al objetivo de mantener la estabilidad en este orden se fueron sumando otras variables que han reforzado su papel como instancia supranacional coordinadora de políticas en un abanico de asuntos cada vez más amplio y sustancioso.

Posteriormente, otra crisis, la de 2008, llevó a convocar, también en Washington, la primera reunión al más alto nivel, con la participación de Jefes de Estado y de Gobierno, confiriéndole una representatividad y alcance con potencial suficiente para superar otros marcos, como el propio G-8, progresivamente desplazados del centro de gravedad de la gobernanza global.

La agenda temática del G-20 ha ido creciendo desde entonces. Más allá de la economía y las finanzas, hoy aborda asuntos relacionados con lo social, energético, sostenibilidad, salud pública, refugiados, infraestructuras, desarrollo y conectividad, la gestión de fronteras, etc..., una agenda que bien pudiera calificarse de excesiva si bien refleja el enorme cúmulo de asuntos que transcienden las capacidades nacionales de gestión y que demandan enfoques y soluciones articuladas para un mundo global.

Con el transcurso del tiempo y a resultas de una situación internacional  más compleja, el G-20 se ha conformado como el marco de referencia para impulsar el debate acerca de cuestiones de interés global, y por tanto también de España. A quienes le reclaman un mayor poder de decisión, cabe recordarles que, por el momento y de forma intencionada y asumida por los participantes, su esencia es la coordinación.

Para España

Es muy importante para nuestro país asegurarse una posición significativa en este foro. Para ello, y con la mirada puesta en acceder al estatus de miembro permanente con pleno derecho, le conviene desarrollar una política activa, en sintonia con el ideario y funcionamiento de a institución. Participar supone estar al tanto de las grandes cuestiones de interés para todos los países y fortalecer nuestras políticas y nuestra imagen ante la más selecta élite global. Esto es tanto más importante cuanto el peso relativo de España en ámbitos relevantes como la economía ha mermado en los últimos años y que la sucesión de crisis e inestabilidad inducen a una pérdida de posiciones que debemos conjurar a toda costa.

Son muchos los asuntos de interés para España en el G-20, desde la coordinación económica general o la corrección de desequilibrios asociados a la globalización hasta nuestro papel en el impulso a la conectividad o la gestión de los problemas asociados a la inmigración.

En otro orden, nos importa optimizar el G-20 como caja de resonancia de nuestra versatilidad hacia entornos regionales en los que conservamos una cierta tradición de influencia como América Latina o incluso el norte de África o el mundo árabe. España puede se portavoz de iniciativas que preocupen especialmente en estos entornos geopolíticos marginados de la primera línea, a la vista de su reducida significación en el G20.

Para ello, es importante que el G-20 forme parte de nuestra propia agenda interior, es decir, que nuestros actores a los más diversos niveles, debatan, fijen posiciones y las coordinen para multiplicar la efectividad de nuestra presencia. En consecuencia, cabe sugerir que nuestros think-tanks, universidades, etc..., pero también las empresas y otras organizaciones sociales comprendan la trascendencia de un foro que ha ganado una incuestionable representatividad y en el que España puede y debe ganar relevancia. Y no hay mejor forma que abriendo paso a propuestas específicas que resulten de un amplio consenso y compromiso.

Que España liderara la propuesta de celebración de un G-20 extraordinario para analizar la crisis del coronavirus, como uno de los países de occidente mas afectado, y trazar una hoja de ruta conjunta, instando la asunción por parte del G-20 de un papel de liderazgo global, ejemplifica de la mejor manera este enfoque.

La proyección del G-20 como foro de referencia en el abordaje de los asuntos globales no hará sino aumentar en los próximos años. Para la proyección internacional de España es también un activo irrenunciable. Pensar que su vocación no decisoria le resta relevancia es un error pues, al contrario, le dota de flexibilidad y capacidad de debate y propuesta para afrontar los más grandes retos.

El G-20 representa una actualización y adaptación de las instituciones a la realidad del siglo XXI con el afán de propiciar políticas que a los más diversos niveles ayuden a encarar los grandes desafíos. En la práctica, su institucionalización como una organización permanente avanza a ritmo sostenido y cabe imaginar que en un plazo relativamente corto  se cruce el inevitable debate sobre su ampliación, democratización, el poder vinculante de sus decisiones, etc. Y ahí, España, tiene que estar. Un tren que al menos esta vez no podemos perder.

SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA

Institución de pensamiento e investigación sobre “las cuestiones de nuestro tiempo” impulsando la interacción entre gobernanza y economía aplicada para progresar en los tres pilares del mundo postmoderno: bienestar social, progreso económico con justicia social y sostenibilidad ambiental; con funciones propias de los “amigos del País” y las Sociedades de Fomento en el XIX . Fiel a sus principios fundacionales de independencia y pluralidad, el Instituto lidera la fusión entre la esencia e innovación de la liberalización económica y social, como mejor modelo de afrontar los retos presentes y futuros de país, de Europa y del mundo en una sociedad globalizada e hiperconectada.

NOTA DE INTERÉS: La información de este comunicado de prensa es un resumen de interés público proveniente de trabajos de análisis e investigación de sus miembros y colaboradores del Instituto Coordenadas para la Gobernanza y la Economía Aplicada. Los papeles de trabajo son de uso interno y de titularidad exclusiva del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada.