¿Está enfermo el sistema capitalista?

Análisis, 22 de febrero de 2016

No deja de resultar un obsceno sarcasmo, escuchar a algún político de nuevo cuño que confiesa o ha confesado -con un tono de orgullo digno de mejor causa- abrazar la ideología comunista, que llegaba al Parlamento con el objetivo de regenerar la Democracia. ¡Un contradiós, viniendo de quien viene! Y no contento con decirlo una sola vez, lo repite con el énfasis que exige el argumentario electoral, pareciendo ignorar una triste historia que, al menos en Europa, finalizó oficialmente el 10 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín.

Con parecer increíble que en 2016 se mantenga públicamente una impostura de tales dimensiones sin generar ningún tipo de sonrojo, habrá que convenir que dicho posicionamiento no es un mero brindis al sol, sino que responde a razones objetivas creadas como consecuencia de una ley física según la cual el capitalismo sustituyó el espacio dejado libre por el comunismo, con la misma sensibilidad que pueda practicar un elefante si entrara en una cacharrería. Solo así es posible entender que hoy alguien defienda los principios que generaron la revolución de octubre de 1917 y diga que viene a regenerar el sistema democrático.

Llegados a este punto, son cada vez más los economistas, filósofos, politólogos y pensadores en general, los que andan enzarzados en un interesante debate que tiene su origen en la crisis financiera y económica que tuvo su primer episodio en la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 y que ha sometido a las economías del mundo a una situación de la que no acaba de salir y que amenaza con repetirse si China no consigue normalizarse.

Transcurridos casi ocho años de crisis declarada, cuyos efectos han sido devastadores para muchos estamentos sociales, especialmente los más débiles y que en países como España ha arrojado un saldo de desempleo y desigualdad insostenible, algunos empiezan a preguntarse sobre si el capitalismo productivo está enfermo, a la vista de las dificultades que se experimentan para recuperar los niveles anteriores a la crisis, pero corregidos todos los vicios que nos abocaron a ella y cuyas consecuencias más dramáticas son una redistribución de renta hacia los más ricos y por ende en una pérdida de empleo sólido, durable, y bien pagado.

El debate, en el que participan economistas como Minsky, Goldstein, Beinstein, Harvey, Katz, Summers o Krugman, ha empezado a tomar carta de naturaleza en España gracias a economistas como Navascues, un monetarista, ex Banco de España, que ha comenzado a cuestionarse la salud de un capitalismo que se refleja, entre otras causas, en una especial preferencia de las empresas no financieras por los “activos de papel”, política que ha seguido aumentando después de la recuperación y que contablemente no añade nada a la inversión real. Son intercambios de propiedad de derechos que no añaden nada al PIB.

Especialmente crítico es Navascues con lo que denomina ensimismamiento financiero de las empresas. En efecto, a pesar de que ha bajado el endeudamiento de las familias y empresas, aunque no suficientemente, las empresas no financieras se endeudan cada vez más para comprar productos financieros e inmuebles, en vez de financiar inversión en bienes de equipo. En ocasiones es lo que las empresas denominan activos no estratégicos.

Los modelos al uso, sobre los que se basan las políticas económicas, siguen fundados en la creencia de la racionalidad de los mercados, algo cada vez más cuestionado.

No hay solución fácil a un problema que se debe a una profunda crisis en las motivaciones, en la que la demanda, espoleada por el gasto público podría ser un acicate a la inversión productiva, aunque habrá que tocar más palos.

Y eso ocurre en un momento en el que se teme otra crisis, nucleada ahora en torno a China, máxime cuando las reformas en la regulación no han alejado el riesgo de la anterior.

La tesis de Navascues termina con un enunciado que abre un debate de extraordinario interés y que viene a explicar cómo, a punto de cumplirse los cien años de la revolución bolchevique, ha emergido una nueva clase política en España que no tiene empacho alguno en declararse comunista y en afirmar que su objetivo es regenerar la Democracia: el modelo basado en el interés propio no funciona si resulta que éste está mal guiado y encuentra numerosos desvíos que le llevan a cómodas soluciones parciales desastrosas para el conjunto.

Fuente: Tendencias del Dinero