La caída del IPC en septiembre en un -0,3% respecto al mes anterior, debido al abaratamiento de la electricidad y los carburantes, confirmando el índice adelantado, supone reducir cinco décimas su tasa interanual, hasta el -0,9%, lo que significa encadenar dos meses consecutivos en negativo, tras regresar durante junio y julio a tasas positivas del 0,1% que, a su vez, pusieron fin a once meses de tasas negativas. En enero de este año, el IPC se situó en el -1,3%.

Por lo que respecta a la inflación subyacente, que no incluye los precios de los productos energéticos ni de los alimentos no elaborados, ésta aumentó una décima en septiembre, hasta el 0,8%, al tiempo que el Índice de Precios de Consumo Armonizado (IPCA) situó su tasa anual en el -1,1%, seis décimas menos que en agosto.

Lo preocupante del proceso es que la tasa interanual se coloque en el -0,9%, cuando se esperaba un -0,5, mientras que la tasa armonizada con la Unión Europea y Monetaria (UEM) desciende -1,2% frente al -0,7% esperado.

La caída precios en España -13 meses sobre 15- está lejos de poder considerarse como deflación, algo que se encarga de confirmarlo el crecimiento del PIB, el dinamismo del consumo privado, la inversión y el empleo, que indican claramente que ni consumidores ni empresas están retrasando sus decisiones en materia de consumo e inversión.

Sin embargo, un escenario deflacionista, aunque poco probable hoy por hoy, nunca hay que descartarlo y si la caída de precios se generalizara y alargara en el tiempo a la mayor parte de los bienes y servicios y aumentara en intensidad, entraríamos en un escenario peligroso y podría tener graves consecuencias para la economía.

Mientras esto no ocurra, la caída del IPC puede considerarse una buena noticia ya que se debe, fundamentalmente, a la bajada del precio de la energía, lo que comporta una ganancia de poder adquisitivo para los consumidores, a la vez que un aumento de la competitividad para las exportaciones.

Pese a todo, son pocos los analistas que se atreven a ser contundentes sobre el futuro, máxime cuando se tiene en cuenta las expectativas referidas a que se espera que el precio del barril se sitúe en el entorno de los 50 dólares durante los próximos cinco años, algo que hay que unir a un escenario poco claro de los mercados emergentes, con China a la cabeza, y al preocupante hecho de que la Eurozona también ha entrado en terreno negativo, en lo que a inflación se refiere.

Y está por ver si el BCE se ve obligado a adoptar medidas para combatir el fantasma de la deflación. Por el momento, se cuenta con el mensaje contundente y pesimista del economista jefe del BCE, Nowotny, a una semana vista de la reunión del banco central, que parece preparar el terreno para más medidas que, aunque esperadas para 2016, podrían adelantarse habida cuenta del escenario de precios y de cierto deterioro del sentimiento y de los datos: «el BCE está incumpliendo claramente su objetivo de precios»; «la inflación subyacente está también por debajo del objetivo» (no es sólo la general, muy marcada por los precios de las materias primas que escapan del control del BCE); e «instrumentos adicionales son necesarios”. Verde y con asas.

Aunque el BCE haya negado reiteradamente el riesgo de deflación, aunque no el de un periodo prolongado de baja inflación que podría poner en duda el objetivo del 2%, santo y seña del banco central, también es cierto que Draghi ha avisado que los ajustes pueden frustrarse sin más inflación en otros países, algo que no parece estar ocurriendo y de ello existe el claro ejemplo de China, en donde la tasa de inflación en septiembre se desaceleró más que lo esperado