El sábado 12 de diciembre de 2015, 195 países reunidos en Paris, tras doce días de intensas negociaciones, decidían dar su respaldo al primer acuerdo universal de lucha contra el cambio climático, cuyo contenido ha merecido un recibimiento dispar en lo que se refiere a su credibilidad y a los compromisos reales contemplados en las 31 páginas que, por primera vez, reúne el compromiso mundial por “mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los 2 grados con respecto a los niveles preindustriales y perseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5 grados”.

Pese a una puesta en escena posiblemente excesivamente triunfalista de los resultados de la COP21, por parte de los dignatarios mundiales como Obama, Xi Jinping o Ban Ki-moon, conscientes de que no se podía defraudar las expectativas de los ciudadanos de medio mundo, nunca como hasta ahora había tomado cuerpo, a nivel mundial y con tanta contundencia, el conocido proceso de saturación de información o directamente de desinformación, propalada a través de las nuevas tecnologías, lo que convertía el desenlace final de la cumbre parisina en un ejercicio lleno de dudas sobre su futuro cumplimiento y, por lo tanto, de su éxito.

Porque a la avalancha de juicios, mayoritariamente grandilocuentes, pronunciados por los representantes del establishment se unían las voces no solo de movimientos ecologistas escasamente sólidos y con tendencia a la apocalipsis, sino la de rigurosos académicos con demostrada hoja de servicios a favor de la lucha contra el cambio climático.

Uno de ellos, quizá el más rotundo, fue el juicio de Hansen, ex climatólogo de la NASA y profesor de la Columbia University y el primero en alertar hace tres décadas, en el Congreso norteamericano, sobre los riesgos del calentamiento global, que se despachaba con unas declaraciones en las que enfatizaba que “estamos ante un fraude y una farsa” o “una excusa que tienen los políticos para poder decir: tenemos una meta de dos grados e intentaremos hacerlo mejor cada cinco años”, a la vez que criticaba el hecho de que no se adoptaran medidas para la urgente descarbonización de la economía.

Coincidía con el académico, el director del Centro Internacional de Política del Clima y de la Energía, Kallbekken, al denunciar que al acuerdo para reducir la temperatura le faltaban los medios ambiciosos para su mitigación.

No han sido los únicos en manifestar sus críticas opiniones sobre los acuerdo parisinos y en ese sentido convergen relevantes personalidades del mundo de la ciencia guiados por el axioma de que mientras los combustibles fósiles sean los más baratos, los vamos a seguir quemando.

Alguien dijo que, siendo realistas, ésto no es más que un acuerdo para llegar a un acuerdo dentro de cuatro años que se aplicará cinco años más tarde. Un compromiso demasiado vago en su alcance y extenso en sus plazos que hace difícil cumplir con el objetivo de controlar el incremento de la temperatura del planeta por debajo de los 2ºC.

El tiempo lo dirá.

Fuente: Tendencias del Dinero